martes, 11 de diciembre de 2012

Sueño de tarde


Sucedió por la tarde que un sueño me engulló.
Soñaba que tenía que irme, que se me hacía tarde, pero ninguno de los tres relojes que de repente aparecieron en mi cuarto me daba la hora correcta. De hecho, ninguno marcaba la misma hora. Uno decía dos de la tarde, pero afuera era de noche, o estaba tan nublado que lo parecía.
Desperté por un segundo y vi la hora correcta, pero la pesadez que agobiaba a mi cuerpo no me permitió siquiera interpretar la posición de las manecillas de mi reloj. Sólo sabía, o creía saber, que aún no era tiempo, así que me dejé llevar por mi cansancio.
Luego soñé que cuatro mujeres que jamás he visto me acosaban, me perseguían, me tenían acorralada en un pequeño auto y yo, no pudiendo huir, deseé más que todo despertar, pues ya me había dado cuenta de que todo eso no era real.  Tenía que recobrar la consciencia pronto, a como dé lugar, pero mis ojos sencillamente no podían abrirse.
En un punto crítico de la pesadilla pude abrir los ojos por un segundo, pero entonces, literalmente, el sueño me absorbió y volví al mismo lugar y a la misma situación de la que creí haberme escapado.
Desesperada por despertar, me esforcé por volver en mí hasta que, finalmente, pude ver mi velador, mi cuarto y mi cama, pero todo con un filtro empañado y lechoso. Mi cuerpo aún pesaba como piedra y mi cansancio apenas me permitía moverme, pero pude sentarme, levantarme y dirigirme hacia el pasillo, donde vi por una fracción de segundo a mi empleada, quien subía por las gradas, antes de despertarme de verdad. En ese momento volví a ver mi velador y a mí misma hecha un ovillo en mi cama, pero estaba muy confundida, pues podía jurar que de verdad me había levantado. Incluso, mientras caminaba hacia la puerta, creía que estaba siendo sonámbula, pero estaba convencida de que mi cuerpo había recorrido mi cuarto.
No pasaron dos segundos de estar despierta cuando el sueño me volvió a tragar, pero ya no volví junto a las terroríficas chinas acosadoras, sino directamente a la escena de mi cuarto con el filtro lechoso, la pesadez increíble, las ganas locas de despertar. Volví a levantarme de mi cama y caminar hacia la puerta, pero esta vez, antes de llegar a ella, sentí una presión granulada en mi brazo derecho, y cuando aproximé mi mano para sentir qué pasaba, me di cuenta de que era la textura de mi cubrecamas e inmediatamente volví a despertar, pero como un hecho secuenciado, me dormí al instante.
La tercera vez me costó un poco menos levantarme. Ya empezaba a entender que en realidad sólo soñaba y que mi cuerpo seguía pegado a mi cama, entonces me concentré más en experimentar esa sensación casi telepática entre mi brazo de ensueño y el cubrecamas de la realidad. Esta vez, ya no sólo sentía el contacto con la cama, sino que, sin mover mi brazo del sueño, sentía la fricción característica de cuando se frotan cuerpo con tela, en especial con esta, tan rugosa.
Probablemente volví a despertar para volver a dormirme de inmediato, pero ya no soñé nada, sino que me quedé en un negro vacío hasta que sonó mi teléfono.

Y no lo sabía, pero cuando conté por primera vez esta historia, la respuesta me reveló que me había desdoblado. 

viernes, 23 de noviembre de 2012

Ensalada amarilla


El negro atajo a las estrellas se encuentra en la practicidad del verde y en la genialidad de una cabeza desnuda.


Van llegando las nubecitas como quien no quiere la cosa, así, despacito… Abandonaron el cielo por toda una semana y ahora vuelven reteadas a restaurar la humedad y estabilidad del clima en la ciudad.
Luego llueve y vuelca sur. Buenas nubes.


Dicen que en este valle los duraznos son de los duendes. Genial frase, gigante, pero hasta el génesis alguna vez se escribió a mano, impregnándose papel con tinta. Tintándose, diría el a veces genio, a veces vegetal que escribió sobre una noche de sol radiante.


Nos encontramos otra vez, oh, tinta que fluye? Fluye delgada, dura, seca, pero se lubrica a medida que entra en confianza.
Soltate mango, y mejor resignate, porque ahora sos muy mío.


Los aires helados de la mañana sorprendieron distraída a mi garganta. Qué extraño el frío de estas horas que lo obliga a uno a cargar con bultos innecesarios o tiritar unos minutos hasta que el calor solar alivia la tierra y a sus pobladores. Se nubla por las noches y hasta pareciera que son ellas, las nubes, las que nos ponen el dolor de garganta, pero luego el viento se las lleva.
Esta mañana, mientras viajaba por la avenida en cuyo horizonte debí haber visto una serranía, encontré un increíble mar gaseoso coronado por una interminable y gruesa línea de espuma que dividía el azul profundo de las aguas, del inocente celeste del cielo.
Tan lindos colores para empezar un día dorado, acaso rojo, rojo de mi corazón.


Fobia congénita a la unión de un conjunto de personas, llámese grupo de amigos, y al intento de integración en este. Conducta antisocial.
Es que no quiero integrarme. Ellos, plural, son una estructura; yo, singular, soy otra estructura.


Llego con el corazón en la mano, indefensa, aterrada, en pánico. Es obvio que no estoy a la defensiva porque no siento que el valeverguismo me proteja ni un poquitín. Sencillamente no puedo conmigo y con mi horror. Si me van a destruir, que sea ya.


La máquina la hace el hombre y eso lo que el hombre hace con ella. El concepto lo hace el hombre y es lo que el hombre hace con él.
Creo en vos y en nuestros planes, sueño despierta para para no olvidarme, si soñamos juntos es más fácil manipularlo, cumplirlo. Creo en que juntos podemos ser tan felices y realizados como queramos.
Creo en el amor que te tengo y en el rebote de él, creo en el amor que vos me das sólo porque es menester de tu corazón. Creo en la ciencia de amarte y en el arte de soñar, en el volar de las ideas y en lo que queda al hablar.
Creo en vos y en tu incondicionalidad, creo en ella como creo en la coincidencia intencionada de nuestras manos idénticas.
Creo en pocas cosas, soy más que todo escéptica: creo en mí, en mi religión, en mi teoría, en el arte.
Creo en vos.


Lo he perdido todo, hasta el destino mismo, pero a la vez no dejo de ganar experiencia y sabiduría. Aunque nadie me crea, en serio les digo, oh, lectores sin ojos, que sea lo que tenga que ser.
Me entrego a la corriente para que me lleve al otro lado del río.


Cosas para jamás olvidar:
1.         Todo mal pone bien.
2.        Cuando uno le sonríe a la vida, ella devuelve la sonrisa.
3.         Bienaventurados los que tocaron fondo porque en adelante sólo caben mejorando.
4.        Nada que la carretera no pueda sanar. Y la música.


Luego agarré y me corté las uñas de los dedos gordos que me rompieron las medias como era obvio suponer, pero luego temí estar muy intoxicada para recordarlo y decidí escribirlo para no olvidarme.
Y luego la cama apremia y se deshace de las ideas geniales.


Palabras escogidas al azar:
Inspiración ajena, colchón como valsa en la corriente, romper el eje, cielo lleno de estrellas antepasadas, estrellado un huevo con tocino, sueños de highway, insensibles las causas, necesarios los azares, pistas polifónicas, sana curiosidad, brillo postre peli, para que no tengamos sol.edad, cielo redondo, cielo en los ojos en el cielo, confesión camuflada, el momento preciso que no llega pero pasa, durmiendo en mal momento, justo a tiempo me olvidé, metamorfosis ambulante, antes y después, entiendo o te ayudo a enloquecer, sin vos no hay yo, un café y a dormir.


Mis dientes son colmillos, tus ausencias son xilófonos, que por cierto en una infancia no tan lejana parecían sonrisas macabras. Es un paredón de letras, jugaré a que te estás.
Ahora a comer empanada.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Ensalada ecológica

La nueva estrategia de marketing que se usa en las publicidades es, para empezar, hacer darse cuenta al posible consumidor de que está solo y aislado de forma irremediable, para luego convencerlo de que el producto que se le ofrece (cerámicas para el piso, por ejemplo) lo acompañará por siempre y se convertirá en una parte importante de su vida.


Rumbos paralelos, dos anzuelos en un mismo río… ¡Fluye! <3
Hay tantas cosas, explosión de sentimientos gigantes abusados por el afán de estrenar el nuevo mango biónico.
Yo sólo sé que adoro a mi chinito, lo encontré y ahí me quedo. Es el elegido.


Acudir a un hermano, al hermano, ¿acudir a mi hermano? ¿Mi hermano me puede regalar horas? Las horas no están pasando como marca el reloj.
Siempre se me dieron los números pero ahora no sirven de nada porque cuando hay letras, los números se escriben “uno, dos, tres…” Desaparecen como en la vida de un enamorado.


En un escupitajo de emoción y furia se desprende el aliento de dragón sediento de venganza y ácido alcohol. Singani de tercera para las amigas engalanadas con máscaras o cáscaras de carnaval.


De mi tinta me sales… me sales disqué y te encuentro. Deja de perderte, es de puro antojo que te pierdes. Ya ENCONTRASTE ME. Y ni aun así tiene sentido.


El dolor es creador. Duele cuando la piel se rompe, pero pica cuando se regenera, acaso extrañando el dolor que ha dado paso a su nacimiento, ese que es el único capaz de aliviar el escozor.
Duele cuando un humano nace, duele cuando un rosal es podado, duele cuando se acaba la tinta del mango, pero todo renace.


Y justo cuando creí que había perdido al bueno, al que fluye, al entregado con amor, me hace comprender que hasta los lapiceros necesitan sus horas de sueño.  Yo sé que no hay olvido que pueda más que tus besos. –Zamba del olvido. Olvídame, esta zamba te lo pide-.


Estoy bien, pero eso es mentira.
Quiero volar, pero eso es literal
Quiero despertar, pero en otro planeta
Quiero dormir, pero por la eternidad.
No estoy bien, pero eso es verdad
Tantos peros, pero no hay conflicto.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Anécdota de domingo

Dejá de pensar en imágenes y recobrá la belleza de las letras, porque son esas las que tienen el poder de convertir en arte una anécdota de domingo.
Cuando Sergio pasó esa mañana por la casa materna, que además acoge a su oficina, no se dio cuenta y ni siquiera imaginó lo que luego le contaría por teléfono su señora madre, histérica y catatónica.
En ese momento redireccionó el destino de su moto y, luego de verlo y confirmarlo con sus propios ojos, llamó primeramente a su sobrino y administrador de la empresa para avisarle que le habían robado los doce mil bolivianos que él dejó en un cajón de su escritorio.
Inmediatamente Eduardo colgó con su tío, caminó por el borde de la piscina del club y llegó a la mesa donde estaba su padre para contarle lo ocurrido. Carlos no esperó hasta el final de la historia para empezar a reprocharle su imprudencia, pues habiendo una caja fuerte en la oficina, él dejó todo ese dinero en un cajón sin seguridad.
Isabel escuchó por casualidad un fragmento de la charla entre su primo y su tío cuando pasó cerca de ellos persiguiendo a Sofía, la hija de Eduardo. No comprendiendo el contexto y restándole total importancia al hecho de que su familia hubiera sufrido un robo, siguió con su tarde olvidando lo oído, razón por la cual patinó en un momento de incomprensión cuando su padre la condujo en su nueva moto a la casa de su abuela y, en vez de encontrarla contenta en su mecedora como cada día del señor, la pilló acomodando toallas en su ropero y quejándose de que le robaron su perfume favorito, ese que vos, Luis Fernando, me regalaste hacen años, ese que me ponía poquísimo para que no se gaste.
En la casa ya estaba Carlos y a los pocos minutos apareció Sergio para que así los tres hermanos analizaran todos los movimientos que tuvieran que hacer los ladrones para violentar, primero, la oreja de la reja por donde pasa el postigo, luego la cerradura de la puerta de la casa y por último la de la puerta de la oficina.
Sobrina y madre seguían a los tres hermanos en su inspección hasta que llegaron al epicentro del infortunado suceso: la oficina convertida en un revoltijo de papeles estropeados y muebles abiertos.
Como Sergio ya había estado ahí horas antes, aún fresco el robo, explicó a sus hermanos el recuento de las pérdidas: dos computadoras portátiles que albergaban todo el trabajo laboral y extracurricular de sus ambos hijos, arquitectos como él; la cámara fotográfica profesional de su hija menor, doce mil bolivianos en efectivo y la maleta de una de sus motos para guardar todo.
Un triste impermeable amarillo que había estado en la maleta perdida yacía en el piso como prueba de que los ladrones se llevaron sólo lo estrictamente necesario, y la caja fuerte empotrada a la pared e intacta atestiguaba que no hicieron el intento de abrirla para no perder ni un segundo.
Sergio también contó que cuando la policía vio la escena del crimen, diagnosticó que se trataba de delincuentes con poca experiencia que además iban a pie porque no se llevaron ninguno de los cuatro cascos para motos que habían en la oficina, mucho menos una de las tres motos que descansaban en el patio y cuyas llaves estaban en un perchero adentro.
La familia dio unas vueltas más por la casa arrastrando la penosa impotencia  de ser víctimas de un par de miserables delincuentes, conversaron acerca de las medidas de seguridad que deberían tomar en la oficina, ya que se trataba de una empresa que prácticamente no cuenta con la menor vigilancia, y se pusieron a hablar de otras cosas, como la orquídea monstruosa que crecía dentro de un tacú desde hacían veinte años y que ahora nuevamente estaba floreciendo, o como cualquier cosa que sirva de bajativo para cerrar la visita e irse cada cual por su camino.
La abuela invariablemente se quejaba del robo de sus dos perfumes, esos que tan pocas veces se puso para que no se gastaran, esos que le regalaron su hija Ana María y su hijo Luis Fernando, y para terminar con la perorata, puso el punto final con su frase de siempre, la cual sonó a sentencia como nunca.
Santa Cruz de mis amores, dijo, y su nieta supo que tenía que escribir un cuento acerca de las causas insensibles y los azares necesarios.
Necesarios aún no se sabe para qué, pero cuando el robo dé frutos en los azares de otra jornada, Sergio y sus hijos no se darán cuenta de la relación y la abuela se seguirá doliendo de sus dos perfumes, esos que salieron casi completitos, esos que no se ponía para no gastarlos.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Elucubraciones

Pasa como películas que se está rodando por ahí, como dice el experimentado. Aprender a sobrevivir es aprender a estar solo: si a uno le ayudan con todo ipso facto va a necesitar a alguien al lado para hacer todo
Complicada palabra para recordar. Es un viaje mental llegar a esa palabra, como montañas rusas con vagones celestes muy antiguos, de madera, con postigos gruesos y oxidados. Recuerdan más bien a las rieles de las minas, esas minas que luego se convierten en video juego y luego en doncella fácil que no duda en darte su número.
Me pongo muy musical, me pone la música, me pongo música. El sonido de eso que yo sé qué es pero a lo que no estoy acostumbrada me llena de un pánico extraño, y de cierta forma y sin entenderlo por completo, me doy cuenta de que el aire acondicionado ha invadido mi espacio y debo aprender a lidiar con él, como compañeros de cuarto. Es cuestión de costumbre el estar tranquila con el novedoso elemento… aunque pensándolo bien, no enfría tanto.
Tenía poesía mucho más bonita guardada en algún rincón de mi cabeza que probablemente no vuelva nunca a encontrar, pero lo bueno es que los dedos nunca dejan de girar, por más que el cerebro se quede elucubrando con recuerdos que no está seguro haber vivido. Pobre cerebro confundido, su poseedora le juega trampas y él todo el día se esfuerza en resolverlas, arreglar los estados de ánimo, las hormonas, las falsas alarmas, los estímulos confusos, el picante que me sufre pero al mismo tiempo me endorfina.
Si cielo fuera un verbo: yo te cielo y vos me celás! Por eso las palabras se quedan donde están y no se toman en consideración los nuevos inventos sobre la gramática y la real lengua española. Es mejor que el cielo se quede donde está y no lo bajemos a verbo, pobre cielo.
Entonces se va acercando sigilosamente la hora de dormir… ya casi, casi no aguanto más y estos ojitos se cierran al más allá de los sueños inmemorables, o de la oscuridad que se queda en el consciente a causa de la amnesia somnolar.
La ciencia del sueño estudia y monitorea los sueños, pero también se encarga de estudiar su aplicación.  

domingo, 11 de noviembre de 2012

El último apagón


Un muchacho está completamente conectado, y a la vez, totalmente aislado.
Es uno con la tecnología que lo rodea y su base de datos –su cerebro- está siendo siempre actualizada con novedades, chismes, chistes, curiosidades y demás parafernalias.
Es un autómata con internet, y sin embrago, es un chico tan común como cualquiera. Tan común, de hecho, que se podría pensar en el tan sólo como el resultado de una producción en masa de estereotipo juvenil.
Está de moda ser un zombi de las telecomunicaciones.
Una mañana despierta, apaga la alarma de su celular e inmediatamente intenta conectarse a la red social a través de él, pero no lo logra; el servicio parece haberse caído. Reniega un poco pero no se preocupa, enciende su laptop (sin levantarse de la cama) y repite el procedimiento anterior, pero de nuevo sin éxito.
Después de un rato, convencido de que la culpa la tiene el servicio de internet, se levanta para empezar su día, pero en vez de irse a andar en bicicleta en un parque cercano como cada domingo, pedalea hasta un café donde sabe que hay wi fi. Ahí pide un capuchino caliente, un croissant de jamón y queso y la clave del wi fi. Se la dan, pero le advierten que no está funcionando. En efecto, no consigue conectarse.
Vuelve a su casa con premeditada calma, pero en realidad le escuecen el coxis y la sien por la ansiedad que le causa el no poder comunicarse. Llega al departamento que habita él solo y marca el número de su mejor amigo para saber qué será de su domingo, pero la llamada no entra. Lo intenta varias veces y con más números, pero no consigue llamar a ninguno.
-Será cuestión de unos minutos- piensa a la vez que enciende la televisión para matar el tiempo, pero en la pantalla sólo se ve una maraña de garabatos grises que se mueven frenéticos dentro del cuadro. No lo soporta, tira el control al suelo y apoya la cabeza en sus manos para sufrir su frustración; la tecnología lo está timando.
Vuelve a intentar conectarse al internet con su laptop, pero ya ni siquiera enciende. También su celular está apagado y la televisión acaba de apagarse, intenta encender la luz y no lo logra.
El joven por fin se resigna, convencido de que la luz volverá después de una siesta, pero varias horas más tarde las tinieblas se tragan a la ciudad y ya no sólo él está desesperado, pues el mundo se ha convertido en un caos dentro de la oscuridad incandescente que los baña.
Y la luz no vuelve, y así se empieza a acabar el mundo.

sábado, 27 de octubre de 2012

Monólogo


Entra una mujer en escena con un martillo en mano, y sin decir nada ni mirar al público, rompe los 7 espejos que están colgados en la pared del fondo. Deja el martillo en la mesita, junto al teléfono, y se pone a los 6 paraguas que tiene en un paragüero, dejándolos luego en el piso. Por último, se sienta en un taburete que tiene bajo una escalera en A y dice:

Soy una mujer desdichada, mi marido acaba de morir.
Allá afuera llueven bombas y las balas zumban de un lado al otro como moscas en un basural. El aire fue trocado en gases tóxicos y la comida es la reserva que los prudentes juntamos antes de que estalle la orquesta de la muerte, pero no tengo miedo.
Estoy esperando que por esa radio anuncien el desarme de los necios: la victoria de uno o la derrota de ambos, en fin, alto al fuego. Antes, al principio, los informativos se impartían cada cinco minutos, pero a medida que la tragedia se hizo más dolorosa que la incertidumbre, las canciones ocuparon el espacio de las noticias.
Quedaron solo tres emisoras, de las cuales, sólo una trató de resistirse a la censura y seguir dando parte de las bajas a cada minuto. No creo que los hayan callado, sino más bien pienso que la gente prefirió la música suave que nos reparten como raciones de endorfina para mantener la calma. Y muchos así lo prefieren: olvidarse de la realidad y sumirse en el letargo de la melodía, pues aunque asuman en cada lágrima el olor a muerte, pólvora y escombro que ronda cada noche, nada va a cambiar.
Música clásica nos ponen, y no me gusta, pero aún así no apago la radio porque sé que si algo se va a informar, si algo importante va a salir de esos parlantes, va a ser el anuncio de la paz restaurada.



SUENA EL TELÉFONO

Aló?... sí… sí, ella habla… sí… hace como una hora… sí, aquí voy a estar… no se preocupe, gracias… cómo no, hasta luego.

Era el teniente de la compañía en la que luchaba mi marido. Quería preguntarme si recibí la noticia –sí, la recibí por teléfono hace una hora- y avisarme que me van a estar llamando para que dicte sus datos. Ah, además me pidió que no me mueva de la casa, qué irónico… el mundo afuera está tan intransitable que ni siquiera tuve el gusto de recibir en mano la carta de defunción.
Mi marido era un soñador: decía que su lucha era por la paz, que cada batalla y cada muerto lo acercaba más a una sociedad ordenada y armoniosa. Para él, como para todos los que peleaban a su lado, ganar la lucha significaba ganar la felicidad para su gente, la gente que somos nosotros, habitantes de un espacio sembrado de dolor. Con tanta sangre derramada, dudo que alguno de nosotros pueda volver a ser feliz. Es por eso que las catástrofes organizadas se justifican con la excusa del “bienestar de las generaciones venideras”.

Se levanta de la silla, agarra un paraguas y se recuesta en el piso con el paraguas sobre ella.

En lo personal, creo que ayudaría más que en vez de pelear, se botaran en una cama y no movieran ni un solo dedo hasta que se restaure la tranquilidad.
No es que sirva de algo, pero si no van a hacer las cosas bien, es mejor que no hagan nada.
Si no se toca, no se rompe.

SUENA EL TELÉFONO

Aló?... Buenas tardes, sí, ella habla… cómo no: Pereyra López Bruno… sí, Y griega… con Z al final… 4 de marzo de 1947… casado (risa corta, irónica) claro… ocupación? En su carnet debe seguir diciendo estudiante… era una idealista… disculpe… no se preocupe… no hay de qué… hasta (se interrumpe).

Qué educación la de estos militares, le cuelgan a uno sin siquiera despedirse. Ahora querían que les de los datos de mi marido, parece que lo encontraron sin identificación y tuvo que reconocerlo uno de sus compañeros. Normalmente, yo habría tenido que ir a verlo, llenar una ficha con sus datos, llorar sobre su cadáver rígido, quizás hecho añicos…. Pero nos hemos reducido al teléfono. La lluvia no para.
SUENA EL TELÉFONO

Aló?... sí, ella habla… ah, sí? Ya veo… no deberían medirlo ustedes?... claro, entiendo… no estoy segura pero como 1.85… no lo sé, 85 kilos?... flores? Era hombre, nunca le interesaron mucho… (risa amarga) tiene razón, claveles… madera? Oiga, yo no sé de estas cosas y espero esté consciente de la clase de interrogatorio que me está haciendo… usen lo que quieran… sólo les pido una cosa: no crucen sus manos sobre su pecho como suelen hacer, nunca le gustó esa benevolencia artificial… claro, aquí estaré… hasta luego… no se preocupe.

Parece ser que mi marido murió como un héroe y quieren darle un entierro digno, pero qué tristeza, los de la funeraria no pueden llegar a él por la misma razón que yo no puedo.
Dijo algo curioso el señor, algo incluso irrespetuoso: le pondremos las flores que a usted le gusten porque los entierros no son para los difuntos.
En realidad es la primera persona que piensa en mí desde que mataron a Bruno, aunque, por supuesto, no del modo mas gentil, pero aun así…
La gente llama para reconstruir la identidad de un muerto olvidando que habla con un ser vivo que aun tiene sentimientos. Un solo pésame llegó a mis oídos: el de rigor, el que venía con el paquete de “lamentamos informarle que su marido falleció en combate”. Luego se olvidaron de mí y del hecho de que también soy alguien, pero lo terrible es que por un momento, yo me olvidé de mí misma y sólo fui el recuerdo de mi marido.
Soy una mujer desdichada que reta a la mala suerte para que le de una tregua, y aun si no la consiguiera, no tengo miedo. De todas formas, la suerte nunca se apiadó de mí.
Mi marido peleó por su patria pero murió por la paz, y aunque es un héroe entre muchos, no podemos salir a celebrar que el cielo volvió a ser azul y es posible que ni siquiera pueda ver los claveles rojos que pedí en su cajón porque esta lucha no ha terminado y, en el último instante, yo también podría morir.
Sí, tengo miedo.

SE APAGAN LAS LUCES

Pero al final el miedo es eso: ese diminuto instante en que el mundo se detiene, o en que uno quiere que se detenga, antes de la colisión.

Se encienden todas las luces de golpe junto con un sonido de explosión fuerte. La mujer aparece como un ovillo en el piso agarrándose la cabeza.

jueves, 4 de octubre de 2012

El ciclo anual


Al principio, cuando era niña, cada año era un mundo nuevo, pero desde cierto punto, los años empezaron a convertirse en ciclos que varían en función a la madurez que voy adquiriendo.
Una o dos veces al año, desde hace tres años, me enfermo gravemente, así como una o dos veces al año, desde hace tres años, cometo un gran error con terribles consecuencias, casi siempre del tipo ilegal.
El ciclo de las enfermedades y los errores se rompe con el último, cuando el error es tan drástico y la pérdida tan valiosa, que no quedan ganas de volver a pecar en el resto de la vida. Suena a exageración, pero la conciencia queda atenta a cualquier oportunidad de meter la pata, claro, para evitarlo.
En cuanto a las enfermedades, van a aparecer hasta que me convierta en una mujer que sabe cuidarse y prevenir, luego voy a estar parcialmente sana por una o dos décadas,  y luego la vejez se encargará de lo demás.
Desde hacen siete años, tengo uno o dos grandes amores por año, y con todos ellos he soñado un futuro encantador que nunca llega  a destino.
El ciclo de los amores anuales ya acabó, ese sí con certeza, cuando dejé de soñar y empecé a construir.

viernes, 28 de septiembre de 2012

El color del instinto


Un haz de luz se dibuja en el espacio atravesando la monotonía de los sinsentidos de las ocho de la mañana. Si de este espesor de horas nacieran muchos más textos, muchas más palabras, la colección se llamaría Fotografía.
El docente es un mago: tiene la increíble habilidad de tomar el tiempo, filtrarlo por sus maravillosos lentes de 75mm. y difractarlo cual si fuera la luz que da pelea a la tecnología que hasta ahora no ha comprendido la distancia anatómica entre los ojos, espacio en que, sin nosotros notarlo, se nublan las esencias y se desenfocan los centros perfectos de los cuales puede partir cualquier radio.
Estoy divagando durísimo.
Me ha nacido un rechazo singular contra el color rosado, casi una fobia. Por muchos años se destinó este color, mezcla del rojo sangre con el blanco limpieza, a la sexualidad femenina, y es recién en estos últimos tiempos de mentes abiertas y vanguardias que los hombres se han aventurado a vestir prendas de este particular tono.
No lo sabía, pero creo que, nuevamente, la razón de esta destinación reside en el instinto mezclado con la biología. Resultó ser que ese rosadito chicle, Barbie, señorita, pastel, niña buena, no es otro más que el mero color del útero.
No creo que se haya descubierto antes de plantear los parámetros de preferencias de color. Instinto nomás debe ser.

Aquello que ella no supo describir

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Vehículos de todos los sabores y colores recorren veloces esa avenida ancha, bien iluminada, por la que ha pasado tantas veces. Sus ojos han visto al menos cien veces ese letrero amarillo y ese terreno baldío lleno de basura, pero en esta noche de nauseas, la ciudad se reinventa y se revela para ella engalanada de verde, más moderna y menos sucia que a la luz del día.
Está sentada en un taxi con la mente a cientos de kilómetros de la estratósfera, pero conserva en su mano, apretado, el quinto de valor absoluto que aboga por su juventud y la afirma en su condición de estudiante. Los adultos cargan con tres monedas en una mano y un crío en la otra. Ella no sabe con qué carga, y más preocupante aun, no sabe cómo cargar.
Podría estar rodeada de mil personas como sola en el más inhóspito desierto; en este momento, ella es la única habitante de su mundo. Cuando la mente tiene la necesidad urgente de escapar a un espacio donde pueda trabajar con lógica y tranquilidad, salta el térmico, enloquecen los sensores y, por virtudes del instinto, la conciencia se aísla en la mera nada, en una ausencia tan incorruptible que ni los pensamientos entran en ella.

Luego vuelve, se da cuenta de que es de noche. Mira a su alrededor, se da cuenta de que está bien acompañada. Él bromea, ella se da cuenta de que le duele reír.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Con lana y celofán


Estoy destinada a ser anormal, a estar sola, a ser artista. Soy artista, creativa, escritora; todos estos males los padecen las personas solas… o son solas todas las personas que padecen de estos bienes.
Dicen que no tengo nada, o nadie dice nada porque no se los pregunté, pero sí, estoy algo mal de la cabeza y no me lo creerían, parezco perfectamente normal… no lo soy! No soy normal! No quiero serlo. No quiero ver lo que escribo, mis ojos están clavados en las teclas porque temo que cuando repare en que esto es real deje de serlo, así, abruptamente, como los sueños.
Las ideas y la inspiración, las determinaciones, las elucubraciones, las reminiscencias, las dilucidaciones… todo está fluyendo en este momento que es una madeja de tristeza, arrepentimiento, claridad y una película que supera a millones de otras, una película hecha a mi medida con lana y celofán.
Yo sé, yo tengo la culpa y te debo disculpas, no he podido sacarme en todo el día esa frase de la cabeza y los brazos me duelen por el esfuerzo y el cansancio de soportar mi propio peso, que además carga con el peso de la conciencia y el remordimiento. Cómo duelen esos mordiscos de tiburón… duelen más que nada, más que la incertidumbre, aunque me encataría saber.
Quizás lo que necesito es a alguien que me aguante, y yo aguantarlo sin hacer estupideces o herirlo… lo siento mi amor, te herí, nunca quise hacerlo, prometí no hacerlo y lo hice. Lo siento muchísimo, de nuevo voy a llorar. No he hecho más en todo el día: llorar y pensar, llorar y leer, llorar y ver, llorar y crear.
Lo siento mi amor, mi pajarito del amor, como dice la cancioncita que no me deja en paz la cabeza. Quisiera estar mal de la cabeza y poder excusarme con eso, pero lo cierto es que estoy mal de la cabeza, pero si lo digo, sólo es repugnante.
Y sólo es repugnante que esté tan dolorida de haberte hecho daño, en todo caso, el que debería revolcarse de dolor sos vos, por eso reitero que nada duele más que la culpa.
Y ya. Las palabras que tenían que salir, salieron, y la cabeza se me calmó como consumada, como recién triunfadora de la cima más alta.
Y se acaban las palabras como se acaba el agua de un bidón en un hospital repleto de gente angustiada que sólo toma agua para calmar la angustia, no la sed. Y es justo ahí donde al bidón se le acaba el agua.

lunes, 10 de septiembre de 2012

El Ascensor


Dos hombres, A y B, están parados frente a la puerta metálica de un ascensor. Lo esperan. Cuando se abre, la luz blanca revela un cubículo con paredes de espejo y piso de goma negra, y a dos hombres de traje que se arrinconan para darles espacio: C y D.
Los cuatro, de forma casi simultánea, emiten un fugaz movimiento de cabeza. Ascienden. ¿Qué piso? El último. Todos al último.
Ninguno pronuncia palabra. Sus miradas intercalan entre el piso, el techo, el tablero de números y la puerta. Evitan la cámara de seguridad. Cuando sus ojos se encuentran en el espejo, se desvían veloces, como si les doliera el choque de miradas.
Pasados unos segundos de que la puerta se cierre, C se quita el saco y se lo alcanza a D, se afloja la corbata, se enrolla las mangas de la camisa y saca de su maletín una afeitadora y un frasquito de jabón líquido.
Prosigue a afeitarse. No tuvo tiempo de hacerlo en su casa, pero no puede permitirse llegar con esas pelusillas en el rostro a tan importante reunión.
A y B no caben en su emoción. Tienen material de sobra para un nuevo informe sobre el comportamiento humano sometido a la pérdida del espacio personal en el ascensor, investigación que les ha tomado años de trabajo y por la que se han subido a todos los ascensores que encontraron a su paso.
Una música alegre decora el diminuto lugar.
C aplica un poco de loción en su rostro recién afeitado  y se acomoda de vuelta la vestimenta. D lo ha estado contemplando con una mezcla de pena y admiración. Le sorprende el sentido del humor de su amigo y envidia la tranquilidad con la que durmió toda la noche, y hasta tarde, mientras él, condenado por el insomnio, tuvo que pasársela dejando todo listo, afeitándose con una precisión quirúrgica.
Una música demasiado alegre lleva rato sonando en el lugar.
A y B tienen sus ojos clavados en C y D, quienes alternan la vista entre el tablero de números y la puerta del ascensor. Los dos últimos desearían que funcione la pantalla que marca en qué piso van; los dos primeros se regocijan con el creciente nerviosismo de C y D, que solo piensan en salir.
Una absurda música alegre inunda el lugar.
C y D comienzan a hablar en susurros; bromean de cosas que solo ellos entienden para disminuir la tensión, mientras que A y B entran poco a poco en pánico. Han olvidado que están en medio de una investigación, no recuerdan por qué están en ese ascensor ni cómo llegaron. Desconocen, incluso, su propia identidad.
Les asfixia el encierro del ascensor y les incomoda la charla de C y D, sus miradas, el reflejo que les lanza el espejo. Son incapaces de pronunciar palabra y el ojo acosador de la cámara de seguridad los tiene paralizados. Llevan horas de ascenso y desearían más que nada que funcione el indicador de pisos.
Y una horrorosa música alegre satura el lugar.
A no soporta más, tiene muchas preguntas y necesita respuestas urgentes. Se dirige a C con timidez y desespero para preguntarle, por favor, cuántos pisos tiene este edificio. C está perplejo y confundido, pero no lo demuestra. Gruñe que no sé y mira para otro lado, para el espejo, donde se topa con la mirada de los tres.
B pregunta a D, con más desespero que timidez, que a dónde vamos señor, qué hay en el último piso, y D, demostrando su perplejidad y confusión, le pregunta que a dónde quiere ir señor, por qué se subieron a este ascensor.
A responde que creo que nos hemos equivocado, a dónde vamos.
C y D anuncian, al unísono y con verdadera lástima en el semblante, que al cielo.