Complicada palabra
para recordar. Es un viaje mental llegar a esa palabra, como montañas rusas con
vagones celestes muy antiguos, de madera, con postigos gruesos y oxidados.
Recuerdan más bien a las rieles de las minas, esas minas que luego se
convierten en video juego y luego en doncella fácil que no duda en darte su
número.
Me pongo muy musical,
me pone la música, me pongo música. El sonido de eso que yo sé qué es pero a lo
que no estoy acostumbrada me llena de un pánico extraño, y de cierta forma y
sin entenderlo por completo, me doy cuenta de que el aire acondicionado ha
invadido mi espacio y debo aprender a lidiar con él, como compañeros de cuarto.
Es cuestión de costumbre el estar tranquila con el novedoso elemento… aunque
pensándolo bien, no enfría tanto.
Tenía poesía mucho más
bonita guardada en algún rincón de mi cabeza que probablemente no vuelva nunca
a encontrar, pero lo bueno es que los dedos nunca dejan de girar, por más que
el cerebro se quede elucubrando con recuerdos que no está seguro haber
vivido. Pobre cerebro confundido, su poseedora le juega trampas y él todo el
día se esfuerza en resolverlas, arreglar los estados de ánimo, las hormonas,
las falsas alarmas, los estímulos confusos, el picante que me sufre pero al
mismo tiempo me endorfina.
Si cielo fuera un
verbo: yo te cielo y vos me celás! Por eso las palabras se quedan donde
están y no se toman en consideración los nuevos inventos sobre la gramática y la real lengua española. Es mejor que el cielo se quede donde está y no lo
bajemos a verbo, pobre cielo.
Entonces se va
acercando sigilosamente la hora de dormir… ya casi, casi no aguanto más y estos
ojitos se cierran al más allá de los sueños inmemorables, o de la oscuridad que
se queda en el consciente a causa de la amnesia somnolar.
La ciencia del sueño
estudia y monitorea los sueños, pero también se encarga de estudiar su aplicación.
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