Entra una mujer en
escena con un martillo en mano, y sin decir nada ni mirar al público, rompe los
7 espejos que están colgados en la pared del fondo. Deja el martillo en la
mesita, junto al teléfono, y se pone a los 6 paraguas que tiene en un paragüero,
dejándolos luego en el piso. Por último, se sienta en un taburete que tiene
bajo una escalera en A y dice:
Soy una mujer
desdichada, mi marido acaba de morir.
Allá afuera llueven
bombas y las balas zumban de un lado al otro como moscas en un basural. El aire
fue trocado en gases tóxicos y la comida es la reserva que los prudentes
juntamos antes de que estalle la orquesta de la muerte, pero no tengo miedo.
Estoy esperando que
por esa radio anuncien el desarme de los necios: la victoria de uno o la
derrota de ambos, en fin, alto al fuego. Antes, al principio, los informativos
se impartían cada cinco minutos, pero a medida que la tragedia se hizo más
dolorosa que la incertidumbre, las canciones ocuparon el espacio de las
noticias.
Quedaron solo tres
emisoras, de las cuales, sólo una trató de resistirse a la censura y seguir
dando parte de las bajas a cada minuto. No creo que los hayan callado, sino más
bien pienso que la gente prefirió la música suave que nos reparten como
raciones de endorfina para mantener la calma. Y muchos así lo prefieren:
olvidarse de la realidad y sumirse en el letargo de la melodía, pues aunque
asuman en cada lágrima el olor a muerte, pólvora y escombro que ronda cada
noche, nada va a cambiar.
Música clásica nos
ponen, y no me gusta, pero aún así no apago la radio porque sé que si algo se
va a informar, si algo importante va a salir de esos parlantes, va a ser el
anuncio de la paz restaurada.
SUENA EL TELÉFONO
Aló?... sí… sí, ella habla… sí… hace como una hora… sí,
aquí voy a estar… no se preocupe, gracias… cómo no, hasta luego.
Era el teniente de la compañía
en la que luchaba mi marido. Quería preguntarme si recibí la noticia –sí, la
recibí por teléfono hace una hora- y avisarme que me van a estar llamando para
que dicte sus datos. Ah, además me pidió que no me mueva de la casa, qué
irónico… el mundo afuera está tan intransitable que ni siquiera tuve el gusto
de recibir en mano la carta de defunción.
Mi marido era un
soñador: decía que su lucha era por la paz, que cada batalla y cada muerto lo
acercaba más a una sociedad ordenada y armoniosa. Para él, como para todos los
que peleaban a su lado, ganar la lucha significaba ganar la felicidad para su
gente, la gente que somos nosotros, habitantes de un espacio sembrado de dolor.
Con tanta sangre derramada, dudo que alguno de nosotros pueda volver a ser
feliz. Es por eso que las catástrofes organizadas se justifican con la excusa
del “bienestar de las generaciones venideras”.
Se levanta de la silla,
agarra un paraguas y se recuesta en el piso con el paraguas sobre ella.
En lo personal, creo
que ayudaría más que en vez de pelear, se botaran en una cama y no movieran ni
un solo dedo hasta que se restaure la tranquilidad.
No es que sirva de
algo, pero si no van a hacer las cosas bien, es mejor que no hagan nada.
Si no se toca, no se
rompe.
SUENA EL TELÉFONO
Aló?... Buenas tardes, sí, ella habla… cómo no: Pereyra
López Bruno… sí, Y griega… con Z al final… 4 de marzo de 1947… casado (risa
corta, irónica) claro… ocupación? En su carnet debe seguir diciendo estudiante…
era una idealista… disculpe… no se preocupe… no hay de qué… hasta (se
interrumpe).
Qué educación la de
estos militares, le cuelgan a uno sin siquiera despedirse. Ahora querían que les
de los datos de mi marido, parece que lo encontraron sin identificación y tuvo
que reconocerlo uno de sus compañeros. Normalmente, yo habría tenido que ir a
verlo, llenar una ficha con sus datos, llorar sobre su cadáver rígido, quizás
hecho añicos…. Pero nos hemos reducido al teléfono. La lluvia no para.
SUENA EL TELÉFONO
Aló?... sí, ella habla… ah, sí? Ya veo… no deberían medirlo
ustedes?... claro, entiendo… no estoy segura pero como 1.85… no lo sé, 85
kilos?... flores? Era hombre, nunca le interesaron mucho… (risa amarga) tiene
razón, claveles… madera? Oiga, yo no sé de estas cosas y espero esté consciente
de la clase de interrogatorio que me está haciendo… usen lo que quieran… sólo
les pido una cosa: no crucen sus manos sobre su pecho como suelen hacer, nunca
le gustó esa benevolencia artificial… claro, aquí estaré… hasta luego… no se
preocupe.
Parece ser que mi
marido murió como un héroe y quieren darle un entierro digno, pero qué
tristeza, los de la funeraria no pueden llegar a él por la misma razón que yo
no puedo.
Dijo algo curioso el
señor, algo incluso irrespetuoso: le pondremos las flores que a usted le gusten
porque los entierros no son para los difuntos.
En realidad es la
primera persona que piensa en mí desde que mataron a Bruno, aunque, por
supuesto, no del modo mas gentil, pero aun así…
La gente llama para
reconstruir la identidad de un muerto olvidando que habla con un ser vivo que
aun tiene sentimientos. Un solo pésame llegó a mis oídos: el de rigor, el que
venía con el paquete de “lamentamos informarle que su marido falleció en
combate”. Luego se olvidaron de mí y del hecho de que también soy alguien, pero
lo terrible es que por un momento, yo me olvidé de mí misma y sólo fui el
recuerdo de mi marido.
Soy una mujer
desdichada que reta a la mala suerte para que le de una tregua, y aun si no la
consiguiera, no tengo miedo. De todas formas, la suerte nunca se apiadó de mí.
Mi marido peleó por su
patria pero murió por la paz, y aunque es un héroe entre muchos, no podemos
salir a celebrar que el cielo volvió a ser azul y es posible que ni siquiera
pueda ver los claveles rojos que pedí en su cajón porque esta lucha no ha terminado
y, en el último instante, yo también podría morir.
Sí, tengo miedo.
SE APAGAN LAS LUCES
Pero al final el miedo
es eso: ese diminuto instante en que el mundo se detiene, o en que uno quiere
que se detenga, antes de la colisión.
Se encienden todas las luces de
golpe junto con un sonido de explosión fuerte. La mujer aparece como un ovillo
en el piso agarrándose la cabeza.