sábado, 27 de octubre de 2012

Monólogo


Entra una mujer en escena con un martillo en mano, y sin decir nada ni mirar al público, rompe los 7 espejos que están colgados en la pared del fondo. Deja el martillo en la mesita, junto al teléfono, y se pone a los 6 paraguas que tiene en un paragüero, dejándolos luego en el piso. Por último, se sienta en un taburete que tiene bajo una escalera en A y dice:

Soy una mujer desdichada, mi marido acaba de morir.
Allá afuera llueven bombas y las balas zumban de un lado al otro como moscas en un basural. El aire fue trocado en gases tóxicos y la comida es la reserva que los prudentes juntamos antes de que estalle la orquesta de la muerte, pero no tengo miedo.
Estoy esperando que por esa radio anuncien el desarme de los necios: la victoria de uno o la derrota de ambos, en fin, alto al fuego. Antes, al principio, los informativos se impartían cada cinco minutos, pero a medida que la tragedia se hizo más dolorosa que la incertidumbre, las canciones ocuparon el espacio de las noticias.
Quedaron solo tres emisoras, de las cuales, sólo una trató de resistirse a la censura y seguir dando parte de las bajas a cada minuto. No creo que los hayan callado, sino más bien pienso que la gente prefirió la música suave que nos reparten como raciones de endorfina para mantener la calma. Y muchos así lo prefieren: olvidarse de la realidad y sumirse en el letargo de la melodía, pues aunque asuman en cada lágrima el olor a muerte, pólvora y escombro que ronda cada noche, nada va a cambiar.
Música clásica nos ponen, y no me gusta, pero aún así no apago la radio porque sé que si algo se va a informar, si algo importante va a salir de esos parlantes, va a ser el anuncio de la paz restaurada.



SUENA EL TELÉFONO

Aló?... sí… sí, ella habla… sí… hace como una hora… sí, aquí voy a estar… no se preocupe, gracias… cómo no, hasta luego.

Era el teniente de la compañía en la que luchaba mi marido. Quería preguntarme si recibí la noticia –sí, la recibí por teléfono hace una hora- y avisarme que me van a estar llamando para que dicte sus datos. Ah, además me pidió que no me mueva de la casa, qué irónico… el mundo afuera está tan intransitable que ni siquiera tuve el gusto de recibir en mano la carta de defunción.
Mi marido era un soñador: decía que su lucha era por la paz, que cada batalla y cada muerto lo acercaba más a una sociedad ordenada y armoniosa. Para él, como para todos los que peleaban a su lado, ganar la lucha significaba ganar la felicidad para su gente, la gente que somos nosotros, habitantes de un espacio sembrado de dolor. Con tanta sangre derramada, dudo que alguno de nosotros pueda volver a ser feliz. Es por eso que las catástrofes organizadas se justifican con la excusa del “bienestar de las generaciones venideras”.

Se levanta de la silla, agarra un paraguas y se recuesta en el piso con el paraguas sobre ella.

En lo personal, creo que ayudaría más que en vez de pelear, se botaran en una cama y no movieran ni un solo dedo hasta que se restaure la tranquilidad.
No es que sirva de algo, pero si no van a hacer las cosas bien, es mejor que no hagan nada.
Si no se toca, no se rompe.

SUENA EL TELÉFONO

Aló?... Buenas tardes, sí, ella habla… cómo no: Pereyra López Bruno… sí, Y griega… con Z al final… 4 de marzo de 1947… casado (risa corta, irónica) claro… ocupación? En su carnet debe seguir diciendo estudiante… era una idealista… disculpe… no se preocupe… no hay de qué… hasta (se interrumpe).

Qué educación la de estos militares, le cuelgan a uno sin siquiera despedirse. Ahora querían que les de los datos de mi marido, parece que lo encontraron sin identificación y tuvo que reconocerlo uno de sus compañeros. Normalmente, yo habría tenido que ir a verlo, llenar una ficha con sus datos, llorar sobre su cadáver rígido, quizás hecho añicos…. Pero nos hemos reducido al teléfono. La lluvia no para.
SUENA EL TELÉFONO

Aló?... sí, ella habla… ah, sí? Ya veo… no deberían medirlo ustedes?... claro, entiendo… no estoy segura pero como 1.85… no lo sé, 85 kilos?... flores? Era hombre, nunca le interesaron mucho… (risa amarga) tiene razón, claveles… madera? Oiga, yo no sé de estas cosas y espero esté consciente de la clase de interrogatorio que me está haciendo… usen lo que quieran… sólo les pido una cosa: no crucen sus manos sobre su pecho como suelen hacer, nunca le gustó esa benevolencia artificial… claro, aquí estaré… hasta luego… no se preocupe.

Parece ser que mi marido murió como un héroe y quieren darle un entierro digno, pero qué tristeza, los de la funeraria no pueden llegar a él por la misma razón que yo no puedo.
Dijo algo curioso el señor, algo incluso irrespetuoso: le pondremos las flores que a usted le gusten porque los entierros no son para los difuntos.
En realidad es la primera persona que piensa en mí desde que mataron a Bruno, aunque, por supuesto, no del modo mas gentil, pero aun así…
La gente llama para reconstruir la identidad de un muerto olvidando que habla con un ser vivo que aun tiene sentimientos. Un solo pésame llegó a mis oídos: el de rigor, el que venía con el paquete de “lamentamos informarle que su marido falleció en combate”. Luego se olvidaron de mí y del hecho de que también soy alguien, pero lo terrible es que por un momento, yo me olvidé de mí misma y sólo fui el recuerdo de mi marido.
Soy una mujer desdichada que reta a la mala suerte para que le de una tregua, y aun si no la consiguiera, no tengo miedo. De todas formas, la suerte nunca se apiadó de mí.
Mi marido peleó por su patria pero murió por la paz, y aunque es un héroe entre muchos, no podemos salir a celebrar que el cielo volvió a ser azul y es posible que ni siquiera pueda ver los claveles rojos que pedí en su cajón porque esta lucha no ha terminado y, en el último instante, yo también podría morir.
Sí, tengo miedo.

SE APAGAN LAS LUCES

Pero al final el miedo es eso: ese diminuto instante en que el mundo se detiene, o en que uno quiere que se detenga, antes de la colisión.

Se encienden todas las luces de golpe junto con un sonido de explosión fuerte. La mujer aparece como un ovillo en el piso agarrándose la cabeza.

jueves, 4 de octubre de 2012

El ciclo anual


Al principio, cuando era niña, cada año era un mundo nuevo, pero desde cierto punto, los años empezaron a convertirse en ciclos que varían en función a la madurez que voy adquiriendo.
Una o dos veces al año, desde hace tres años, me enfermo gravemente, así como una o dos veces al año, desde hace tres años, cometo un gran error con terribles consecuencias, casi siempre del tipo ilegal.
El ciclo de las enfermedades y los errores se rompe con el último, cuando el error es tan drástico y la pérdida tan valiosa, que no quedan ganas de volver a pecar en el resto de la vida. Suena a exageración, pero la conciencia queda atenta a cualquier oportunidad de meter la pata, claro, para evitarlo.
En cuanto a las enfermedades, van a aparecer hasta que me convierta en una mujer que sabe cuidarse y prevenir, luego voy a estar parcialmente sana por una o dos décadas,  y luego la vejez se encargará de lo demás.
Desde hacen siete años, tengo uno o dos grandes amores por año, y con todos ellos he soñado un futuro encantador que nunca llega  a destino.
El ciclo de los amores anuales ya acabó, ese sí con certeza, cuando dejé de soñar y empecé a construir.