miércoles, 24 de enero de 2018
jueves, 11 de enero de 2018
40 años de registro
Reseña de “Diez de la Mañana de un
Domingo Sin Fútbol”, de Óscar Martínez.
Óscar Martínez, a sus 40 años, lanza su debut como
escritor, junto a Sobras Selectas, de Alexis Argüello: “Diez de la Mañana de un
Domingo sin Fútbol”. Cantidad de años y kilómetros recorridos, podría pensarse,
para escribir un libro en primera persona a la altura de esta obra paceña que,
cual Batman en Ciudad Gótica, llama Metropolitana a la ciudad de La Paz.
Con tanto por contar, de lo personal y lo ajeno, Óscar nos
presenta cuentos nostálgicos sobre la infancia, las raíces y la inocencia, como
La Alegría de mis Muertos, o historias que, de su mano, fotografían escenas de
la sociedad paceña de la manera más fiel y accidentada, como El Cholo Burgués,
con los Señores Maquineros.
Con humor negro y la ironía que caracteriza al ser
boliviano, protagoniza una obra de arte de lo maquiavélico, una oda al
despropósito y una diestra función de malabarismo entre el azar y las causas:
El Triste Oficio de Mentir.
Su lenguaje brinca entre lo elegante y lo amistoso, lo
sarcástico y lo políticamente correcto, retratando la viveza criolla y el
hilarante contraste entre lo establecido y lo improvisado, como en El
Simulacro, donde, además, su trama va alternando realidades entre el narrador
testigo, el acta escrita y las cámaras de televisión.
A pesar de ser un narrador presente, piensa más allá de
sí mismo. Se lo puede considerar un observador, un testigo desafortunado o un
coprotagonista de su propia vida, como en Rocky en los Andes, donde los
recuerdos son inflados por el brillo de la inocencia, como cuando sentíamos que
todo era más grande porque nosotros éramos más pequeños.
En contraparte, goza de crudeza para la fatalidad y
tiene presente a sus muertos, a los que extraña y a los que no tanto, como en
Ausencias Deseadas, donde el dolor tiene como sombra un pasaje de nuestra
historia nacional que afectó a la vida como un gatillo.
Y luego están las chicas. Mariel, el primer amor que
acabó por despedirse en la camilla de metal; las rubias del Cazador de Gringas,
y las víctimas de la mentira en El Triste Oficio de Mentir. Parecen simples
excusas puestas ahí para arrancar los deseos primitivos del narrador, como
flores en un empapelado, pero no pueden, en su poder de personajes, evitar
arrancar historias, como en Oídos, de Paredes en una Fila.
En muchos libros, sucede que los autores van dejando
remitidas a las mujeres al pasillo de los amores volátiles y las nalgas sin
apellido. Y sin embargo, El Juego Verdadero habla del amor. No sé si el amor es
la pelota, o acaso la pelota será la mujer, o acaso el equipo contrario, o solo
su arquero, pero en resumen, el amor es como el fútbol. A las 10 de la mañana
de aquel domingo, a Óscar le faltaba amor.
Dos pasos allá del final fatalista de esta reseña,
disfruté muchísimo el libro y lo recomiendo de todo corazón. Cortito pero
contundente.
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