La cañería. El grifo está averiado. Gotea. Tostadas, café, me gusta
la mermelada, agua hervida, periódico, cereal. Fósforos. Fuego. ¡Bam!
Otro
fósforo, otro bam. Las gotas de agua marcan el compás y entra el piano con el
sol por la ventana. Las teclas de marfil se ríen coquetas, los pájaros cantan
una tonada alegre que sabe a postre de abuela, a infancia perfumada de mirra.
Los recuerdos en la cocina bailan con la sonrisa de oreja a oreja. Las arvejas
de plástico nunca supieron tan bien, la vajilla rosada de fantasía engalana el
mantel de encaje como ninguna.
¡El
agua ya hirvió! Breakfast in Los Ángeles.
Un
poco de café para guardar la compostura. Sorbos llenos de miedo, la lengua con
temor a quemarse, el vapor anunciando el dolor.
El
huevo frito, la ventana y los olores. Los dientes de Alan que destrozan sin
piedad, su garganta que engulle con pasión, la grasa de la mantequilla se
enfría en sus labios.
En
sus ojos brilla la melancolía de esos días en los que, luego de desayunar,
cualquier grandiosa aventura podía suceder. Como aquella vez, pequeño, encontró
un diente de león. Soplaba con todas sus fuerzas y las sombrillitas blancas
caían con dulzura, llenando su existencia.
Los
ojos de Alan se pierden en el milagro de la vida a través de la ventana. El
jardín lo llama. No quiere ir a trabajar. No quiere atar un nudo de corbata
más. Daría su reino por quedarse colgado en los armónicos de esta guitarra
acústica. Todo el oro del mundo solo por poder preparar un huevo frito más y
ver a la ventana y recordar viviendo las costras en las rodillas, la tierra
mezclada con saliva en las heridas.
Alan
corre con todo lo que tiene hasta que deja de sentir las piernas y el piso bajo
los pies. Corre tan rápido que puede volar. Toca la copa de los árboles, le da
la mano a los halcones, corta la humedad de las nubes, se encuentra de cara con
el sol.
Tiene
pocos años, dientes de leche. Se siente grandioso, se separó de todo lo existente.
Se aleja la tierra, se borra el cielo, se vuelve todo blanco.
Alan
viajó, no se encuentra. Se fue lejos, a un país donde no existen las corbatas y
se prohíben los límites.
Aquí,
el grifo de la cocina sigue llorando.