Quién diría que es posible. La segunda infancia de verdad existe.
Y es mejor. La segunda infancia
con beneficios, libertades y responsabilidades.
Pero el resto es igual. Sabés que tu personalidad es así, que te
gusta permanecer callada y no acercarte a la gente, y por primera vez esto no
te afecta.
Tenés seguridad, estabilidad y los ojos abiertos, no necesitás
más. La infancia es así: ser lo que se es sin intentar ser más; ser como se es
sin pensar en ser, solo ser.
La consciencia tranquila, callada en la medida de lo necesario. El
pepe grillo pueril que acude solo a la hora de decidir entre blanco o negro,
esto o aquello, y no está todo el tiempo martilleándote los tímpanos con el
debe y el haber de tus horas malgastadas.
Los niños no conocen el estrés, ni la crisis, ni la depresión; esos son vicios de la mente que no entran en una consciencia limpia.
Los niños no conocen el estrés, ni la crisis, ni la depresión; esos son vicios de la mente que no entran en una consciencia limpia.
La tortura no es necesaria. Lo que se tenga que hacer será hecho
en su debido momento.
El amor es, simple y llanamente, lo que se hace por otra persona
en pro de su bienestar. Cualquier relación con el ámbito emocional solo
contamina el concepto, atándolo a ilusiones y sentimientos tan ambiguos como el
compás de un corazón.
Somos lo que hacemos. Nuestro amor radica en nuestras acciones.
Ser = Hacer = Ser
La tortura no es necesaria, porque como decía un viejo que de
tristeza se fue al cielo, pensar tanto no es bueno. Por eso yo agarro la
guitarra y empiezo a rockear!
Nunca es tarde. Nunca es pronto. Siempre es hoy.