miércoles, 22 de agosto de 2018

Lágrimas de adulto


Entonces, eché mi primer llanto de adulto
Sobre mi cama de niño.
Me vi sonriendo en el retrato del velador
con la inocencia, intacta, abrazando mis dos trenzas.
Mis ojos brillaban por la promesa de la incertidumbre.
Quien le devolvía la mirada,
Se limpiaba los mocos nacarados.
Lloraba por el mercado. Sí, por el mercado.
Porque, ahora que comparto la cama,
Ahora que me muevo menos
Para no perturbar un sueño más urgente que el mío,
Lloro por el mercado.
No quiero ir sola,
Pero ella tiene que ir a trabajar.
Qué lío.
No quiero cocinar cada día, lavar, barrer;
Esperar entre cerros de mugre
La visita semanal de la prodigiosa empleada.
Todo sola.
Ella tiene que cumplir un horario de oficina.
Qué lío.
Yo también trabajo, pero desde casa.
Mi jefe se forra con mi piel
Y mi ejecutivo de cuentas
Es un neko de la suerte.
Tengo más tiempo para habitar nuestras paredes,
Para contemplar el milagro del desorden reptando por los rincones,
Para dormir hasta las doce entre sopores de doncella,
Para despertar y sentirme mal al respecto.
Eso significa que me tengo que hacer cargo de la casa, ¿no?
¿Cómo funcionan los roles hogareños?
Tendría, acaso, que marcar tarjeta para que
Ninguna tenga tiempo de cooperar.
O tendría ella que trabajar desde casa,
Pero siendo así, ¿le importarían
el orden y la higiene?
Lo cierto es que no he hecho nada de esto.
No he ido al mercado,
ni cocinado algo que no provenga de una caja,
ni tomado el escobillón más de una vez.
Pero heme aquí
Llorando lágrimas de un adulto
Que se rehúsa a abandonar
El abrigo eterno,
Siempre perfumado y bien tendido,

De su cama de niño.