lunes, 24 de septiembre de 2012

Con lana y celofán


Estoy destinada a ser anormal, a estar sola, a ser artista. Soy artista, creativa, escritora; todos estos males los padecen las personas solas… o son solas todas las personas que padecen de estos bienes.
Dicen que no tengo nada, o nadie dice nada porque no se los pregunté, pero sí, estoy algo mal de la cabeza y no me lo creerían, parezco perfectamente normal… no lo soy! No soy normal! No quiero serlo. No quiero ver lo que escribo, mis ojos están clavados en las teclas porque temo que cuando repare en que esto es real deje de serlo, así, abruptamente, como los sueños.
Las ideas y la inspiración, las determinaciones, las elucubraciones, las reminiscencias, las dilucidaciones… todo está fluyendo en este momento que es una madeja de tristeza, arrepentimiento, claridad y una película que supera a millones de otras, una película hecha a mi medida con lana y celofán.
Yo sé, yo tengo la culpa y te debo disculpas, no he podido sacarme en todo el día esa frase de la cabeza y los brazos me duelen por el esfuerzo y el cansancio de soportar mi propio peso, que además carga con el peso de la conciencia y el remordimiento. Cómo duelen esos mordiscos de tiburón… duelen más que nada, más que la incertidumbre, aunque me encataría saber.
Quizás lo que necesito es a alguien que me aguante, y yo aguantarlo sin hacer estupideces o herirlo… lo siento mi amor, te herí, nunca quise hacerlo, prometí no hacerlo y lo hice. Lo siento muchísimo, de nuevo voy a llorar. No he hecho más en todo el día: llorar y pensar, llorar y leer, llorar y ver, llorar y crear.
Lo siento mi amor, mi pajarito del amor, como dice la cancioncita que no me deja en paz la cabeza. Quisiera estar mal de la cabeza y poder excusarme con eso, pero lo cierto es que estoy mal de la cabeza, pero si lo digo, sólo es repugnante.
Y sólo es repugnante que esté tan dolorida de haberte hecho daño, en todo caso, el que debería revolcarse de dolor sos vos, por eso reitero que nada duele más que la culpa.
Y ya. Las palabras que tenían que salir, salieron, y la cabeza se me calmó como consumada, como recién triunfadora de la cima más alta.
Y se acaban las palabras como se acaba el agua de un bidón en un hospital repleto de gente angustiada que sólo toma agua para calmar la angustia, no la sed. Y es justo ahí donde al bidón se le acaba el agua.

1 comentario:

  1. Hasta en el dolor hay poesía, confío en que saldrán muchas cosas buenas, de lo bueno y de lo malo.

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