Y la rabia invade mi cuerpo.
Siento cómo cada recuerdo corre por mis venas y va tensando mis músculos. Llena
de adrenalina, soy más fuerte y más grande.
Mi energía fluye como un caudal y se concentra en
mi puño. Ingresa el aire a mi centro y desde ahí se reparte a todas las fibras
de mi cuerpo. Levanto el brazo y le acierto el primer golpe.
La liberación de ira es demasiado placentera. Sigo
golpeándolo, cada vez más rápido y más fuerte. Él intenta incorporarse, pero
hace un mal movimiento y termina con el cuello preso de mi brazo. Aprovecho su
cabeza para sembrarla de coscorrones y sigo golpeándolo.
Golpeo con toda mi fuerza, entre carcajadas, cada
vez más cargada de energía.
Me detengo. La sensación es de placer absoluto. Mi
mente está en el sublime vacío y mis poros destilan serotonina. Mis músculos
están calientes como un motor después de trabajar. Las venas llenas de oxígeno,
el plexo solar cargado como un cristal. Nunca había experimentado tal
liberación.
Respiro agitada pero no estoy cansada, así que
vuelvo a cargar mi puño derecho y lo golpeo, y lo golpeo más y más rápido.
Golpes más certeros, firmes, con ritmo.
La ira se vuelve a colar entre los golpes, que
ahora son bofetadas, una tras otra, con la punta de los dedos como si fueran
una suela de goma.
Siento que la energía flaquea, así que, atenta al
gran final, levanto el brazo, alineo mi puño con el sol y cual martillo de Thor
que recibe el poder del rayo que desciende de los cielos, con todo el brío de
mi alma, descargo mi furia en la boca de su estómago.
Después de semejante desahogo, no puedo más que
darme por satisfecha.
Afuera, el mundo es un poquito más lindo.