lunes, 25 de noviembre de 2013

Sabor a mar

Por tu amor todo lo daría. El nuevo mango que fluye.
Hay en todo el mundo infinidad de rincones. Rincones que guardan esencia y caos, aromas, texturas, luces… hay rincones que identifican a su país mejor que el himno nacional. Hay rincones que muerden las entrañas y ablandan el corazón, como otros que revuelven el estómago.
Este es un rincón verde primavera, verde antiguo, verde paisaje de sábanas, palmeras de camisas, sombrillas de pantalones. Las prendas de toda una nueva vida componen este caos textil.
En la blanca playa de azulejos abundan algas y revoltijos, por lo que encontrar algo en ella es tarea de un cazador de tesoros.

En este rincón del mundo en el que no existe el mar, este otro rincón, mucho más pequeño, está perfumado de sal y del canto de las gaviotas.

Lindo día

Lindo día para estar echado bajo el sol. Lindo día para estar armando.
Todo está bien y soy feliz, cualquier color sabe mejor.

El ahora es un precioso día de cielo azul acariciado por los rescoldos del gris blanquecino de ayer. Todo por la ventana.
A medida que el cielo despeja, se amplía y se hace más grande que la ventana, pero dentro la luz está en 5600K. 

Vargas.


Sitting on a bench and waiting for the té con guacamole…
Mira hacia el frente, se voltea, estudia su alrededor y duda.
Una jaula de cristal rodea su ser, o el ser de quien observa. Mira a todos lados sin saber qué busca y se topa más de una vez con otros ojos que también miran, pero evitan su mirada.
De pronto la imaginación vuela, la suya también. Vuela sobre el auditorio, rompe la jaula de cristal, desgarra el algodón, llega al sol tropical que baña el Caribe y se sumerge en el agua salada.
Su cuerpo se vuelve salmuera en el mar y se torna dorado. En su mirada solo hay confusión, y en la mirada de quien observa falta espacio para la imaginación.

Qué triste el momento en que, por un error geográfico, se separan las miradas y mueren todas las ilusiones.

domingo, 24 de noviembre de 2013

El viaje al sur, por tierra y sin fin

Ana decidió matarse.
Lo tenía decidido pero sabía en el fondo de sí que no era capaz; no solo le faltaba valor, sino también motivación.
Ana estaba cansada de su soledad, de su trabajo que le exigía ir en contra de sus principios e ideales para que otros se hagan ricos, de las amigas de colegio que decían siempre pero estaban nunca, de su soltería eterna, cundida de cabrones y bastardos, en fin, Ana estaba cansada, pero no lo suficiente como para ponerse la soga al cuello.
A modo de tomarse unas vacaciones del mundo y morirse a la vez, sin la presión del suicidio y mirando de frente a la incertidumbre, Ana decidió emprender un viaje por tierra y sin fin, culminando, según el cronograma en blanco, en la muerte espontánea de nuestra protagonista.
Un día de junio, después de escribir una carta exhaustiva a sus padres y otra al amor de su vida que nunca llegó, se subió a su camioneta modelo ’86 –sin aire acondicionado, con casetera y con posibilidades de rebelarse y dejar de andar en cualquier momento- y emprendió camino al sur, cargando solo con su guitarra, un par de cuadernos y lapiceros, ropa para una semana y los ahorros de toda su vida, que no eran tantos como pudiera pensarse.
Lo que fue de Ana en su viaje suicida aún no lo sabremos, pues en este momento, ella acaba de tomar la decisión de matarse, y de modo que un viaje es un coctel de sorpresas y azares, el desenlace de nuestra heroína queda en incógnita para ser descifrado por el estado de ánimo de cada uno de los lectores.