Como
todo lo que existe, estamos hechos de círculos, de circuitos. Cada hecho es
causa y efecto de una acción que a su vez es causa y efecto del hecho.
Cumplimos ciclos. Nacemos, crecemos, nos reproducimos (en épocas de vacas
gordas) y morimos seis veces al día.
En
cada paso hay un inicio, un nudo y un desenlace, y con los ciclos, los lunares
por ejemplo, baila la marea de nuestro espíritu.
Hace
mucho no escribía, o al menos a mí me parece mucho. No agarraba un mango desde
el ciclo pasado, y también desde el año pasado. Más por falta de tiempo y
exceso de distracciones, aunque debo admitir que a mi cuaderno le hace falta la
clase de Dunia, escenario neonatal de tantos escritos, observaciones y burlas.
Diálogos
con mi mente… cuánta falta hacen.
Admito
que tuve un tiempo para ser caballo. Los meses finales del 2014 fueron work
hard and party harder, y diciembre fue un continuo e infinito dejar las cosas
para el próximo año.
Lo
empecé a sentir apenas me subí al avión de ida. Una vocecita aguda e hinchapelotas
dentro de mis tímpanos tomó lápiz, papel y tablero de regenta de colegio, y
empezó a tomar nota de todos los deberes pendientes.
Intenté
mantenerme lo más distraída y presente que pude durante el viaje, pero no pude
evitar los momentos en que, aburrida, la vocecita se desataba enumerando “quereceres”
y jugando con la nostalgia, pescando chatarra emocional en el río de la
memoria.
El
viaje ya acabó, pero las vacaciones se estacionaron y se reúsan a permitirnos
el movimiento, por lo que la vocecita se ha intensificado con reproches, teniendo
a la culpa de mejor aliada.
Hace
tiempo que ya no soy caballo, lo siento, no solo por los tres textos musicales
de la otra noche, sino porque mi mente no para ni un instante de hablar.
Siento
que en cualquier momento me van a salir subtítulos. Si mi vocecita tuviera
internet, publicaría una entrada en mi blog al día!
Sobre
este papel clamo: oh! Letras, cuán necesarias son. Si me fuera lejos y no
tuviera nada, seguiría escribiendo. Por eso me encanta. Es uno de los pocos
oficios que se puede practicar bajo casi cualquier condición y con un
presupuesto mínimo, a la vez de ser una de las más precisas para retratar el
presente de todos los sentidos.
Me
pica el brazo izquierdo porque me picó un malnacido mosquito.
A
lo lejos se escuchan los alaridos desafinados de unos borrachitos en el karaoke
y una trompeta desencaja en la soledad de la calle.
Huele
a noche y a cabello limpio.
Me
duele la muñeca izquierda sobre la que tengo apoyada la cabeza, al igual que la
mano derecha que tensa manipula el mango.
Y
veo mi cuarto. Me gusta mucho mirar las vigas en el techo, la tela verde de la
lámpara hecha a mano, el boceto de mi árbol en la pared igualmente verde. El
cuadro del corazón de Jesús ultra pixelado es hasta ahora una grata sorpresa
junto a mi cama y el almanaque de San Roque (sin San Roque) me ayuda a creer
que ya es 2015 y que los días pasan, pasan aunque no lleguen a ningún lado.
Silencio.
Por fin. La transferencia se ha completado con éxito. Las páginas grabadas con
tinta azul y la mente en blanco.
Este
fue un diálogo más fresco y necesario que una limonada de jengibre en cualquier
día de verano.