sábado, 20 de diciembre de 2014

Alan’s Psychedelic Breakfast



La cañería. El grifo está averiado. Gotea. Tostadas, café, me gusta la mermelada, agua hervida, periódico, cereal. Fósforos. Fuego. ¡Bam!
Otro fósforo, otro bam. Las gotas de agua marcan el compás y entra el piano con el sol por la ventana. Las teclas de marfil se ríen coquetas, los pájaros cantan una tonada alegre que sabe a postre de abuela, a infancia perfumada de mirra. Los recuerdos en la cocina bailan con la sonrisa de oreja a oreja. Las arvejas de plástico nunca supieron tan bien, la vajilla rosada de fantasía engalana el mantel de encaje como ninguna.
¡El agua ya hirvió! Breakfast in Los Ángeles.
Un poco de café para guardar la compostura. Sorbos llenos de miedo, la lengua con temor a quemarse, el vapor anunciando el dolor.
El huevo frito, la ventana y los olores. Los dientes de Alan que destrozan sin piedad, su garganta que engulle con pasión, la grasa de la mantequilla se enfría en sus labios.
En sus ojos brilla la melancolía de esos días en los que, luego de desayunar, cualquier grandiosa aventura podía suceder. Como aquella vez, pequeño, encontró un diente de león. Soplaba con todas sus fuerzas y las sombrillitas blancas caían con dulzura, llenando su existencia.
Los ojos de Alan se pierden en el milagro de la vida a través de la ventana. El jardín lo llama. No quiere ir a trabajar. No quiere atar un nudo de corbata más. Daría su reino por quedarse colgado en los armónicos de esta guitarra acústica. Todo el oro del mundo solo por poder preparar un huevo frito más y ver a la ventana y recordar viviendo las costras en las rodillas, la tierra mezclada con saliva en las heridas.
Alan corre con todo lo que tiene hasta que deja de sentir las piernas y el piso bajo los pies. Corre tan rápido que puede volar. Toca la copa de los árboles, le da la mano a los halcones, corta la humedad de las nubes, se encuentra de cara con el sol.
Tiene pocos años, dientes de leche. Se siente grandioso, se separó de todo lo existente. Se aleja la tierra, se borra el cielo, se vuelve todo blanco.
Alan viajó, no se encuentra. Se fue lejos, a un país donde no existen las corbatas y se prohíben los límites.
Aquí, el grifo de la cocina sigue llorando. 

Supper's Ready




Primero está la sala de televisión. Sus sillones antiguos, el preciosismo de sus molduras de yeso en el techo. Es una sala construida con la arquitectura de una canción de cuna.
Los rincones esconden sombras malintencionadas. Las luces bailan sobre los adornos de plata, sobre las cucharas. Es bueno verte de nuevo, después de tanto tiempo.
El tiempo corre a prisa, nosotros también nos ponemos a correr. Nos vamos por un bosque tupido, nos chicotean las ramitas, nos caen gotitas de rocío de los árboles. ¡Más rápido! Las patas de la liebre corren y no se ven.
En el corazón del bosque, las pequeñas liebres bailan en pareja con la levedad del viento. Parece que flotaran.
Y los frutos son hermosos, rojos, esferas perfectas de ácido y dulzura. Él, que cuida a las liebres, que riega los arbustos que dan las flores y los frutos, él nos garantiza lo que solo nosotros podemos otorgarnos.
Se abre el telón y salen a escena un flautista delgado como su flauta, un guerrero enorme que porta escudo y un aventurero que no porta nada.
La batalla se desata entre los dos bandos: el blanco y el negro. Matando enemigos por paz, el guerrero derrama espuma por la boca, le sudan los ojos, le lloran las axilas. Las fichas negras quieren tragarse a las fichas blancas, pero ahí está el flautista, animándolos. Un solo de guitarra levanta al guerrero cual elixir.
Estamos muy alto, por eso la música es suavecita y dulce. Hoy es el día de celebrar que el bien ganó la batalla. Todos festejan, corren, beben y bailan, menos uno. ¿Aventurero, dónde estás?
El escenario muta y la música nos transporta como hilo conductor. Escalamos la montaña de carne humana para llegar a la meseta llena de árboles llenos de amor.
El aventurero no da crédito a lo que ven sus ojos. Tantas vidas iniciando y acabando mientras Narciso es transformado en una flor.
¡Júbilo! Mejor una flor que un narciso. Mejor la bella flor que no conoce al ruin espejo. Si la flor no conoce su propia belleza, jamás la perderá.
No vamos al circo, pero todo cambia y el circo viene a nosotros. Los osos hacen ruedos en sus monociclos, los payasos hacen escaleras parados unos sobre otros. Está la alfombra mágica que se alimenta de polvo y anillos perdidos, y la sirena de ambulancia sentimental que llora de espanto y cuanto más llora, más chilla.
El circo es redondo y está sumergido en la magia de otro mundo. Todos los presentes marchan uno dos tres cuatro, uno dos tres cuatro hasta que el silencio los deja congelados.
¡Silencio! ¿Lo oyen? Es la flauta otra vez. Se une la guitarra, el redoble de caja, el compás de la marcha.
La marcha fúnebre más solemne de todas, el réquiem a la más querida de las amigas. Adiós, madre tierra, no queda más que tinieblas y ganas de sobrevivir. No será fácil.
El sol se está yendo por última vez. La Tierra, en su último atardecer, luce más bella que nunca, pintada de gloria trascendental.
La oscuridad se va acercando como un manto denso. Los latidos del corazón se aceleran. Los rayos de Zeus desgarran la cúpula celeste y cae una lluvia de fuego que alma alguna vio jamás.
Nos inundan luz y calor. Son olas gigantes de fuego, golpes de truenos, crujidos de cosas quemadas. En el pánico general, los sobrevivientes corren en círculos. No hay a dónde escapar, no existe refugio ni tregua. Este es el verdadero infierno.
¡El 666 ya no está solo! Su ejército venció en número y fuerzas. Los vencidos son prisioneros y sus cabezas se convertirán en trofeos para los demonios.
El fuego lo consume todo y de la miseria, en el tercer día, resucita. La hoja brotando del humus, el fénix levantándose de las cenizas.
Todas las criaturas vivas y muertas se elevan con las estrellas, con los golpes de platillo que destellan esperanza. Cada golpe metálico, cada eco, cada respiración llena los confines de esta oscuridad total, cambiándole el color.
Tal como el río se une al océano, hemos sido liberados para volver a casa. Lo que siempre creímos ser ahora no es más que polvo. Tierra somos. Aire somos y subimos guiados por su figura borrosa.
Con su espada de luz blanca corta lo absoluto, con su manto de luz dorada traza el camino.

Los hijos le seguimos, extasiados por tanta belleza. 

Echoes



Ecos. Ecos como un lago, como un río, como las ondas infinitas de un granito de nada cayendo en el mar.
Y luego entra el mundo con su naturaleza de tambores y sus gorriones trompetistas.
Los seres de la tierra merodean sigilosos y el gran león hace su entrada triunfal, elevado por un coro de palabras como almohadas de plumas. Todo es verde y submarino.
Al final de las escaleras de piedra bruta, de sudor humano, de manos de esclavos, se encuentra el manantial que permite ver tu reflejo más claro; entender un poco más.
Luego bajamos por la escalinata de mármol a un magnífico banquete de notas a la mantequilla, con un toque de vinagre y otro de pimienta.
¡Son las bodas del año! Se juntan cielo y mar en sagrado matrimonio. ¿Hay nombre para eso? Un tornado, un ciclón, un compás.
Llegó el funky. La lluvia. El llanto del bebé. El cigarrillo y la barra del bar. El sombrero, la facha y el solo de órgano.
En la fiesta de las algas, más baila la que más se menea, como este funk tirado a blues que sangra con las venas abiertas.
Redondo, circular, como las ondas en el agua que se repiten para estar. Las ondas tienen ritmo. Son música.
El eco de una voz que se repite sin cesar a través del tiempo y el espacio, a través de generaciones y nacionalidades.
La música va más allá de la física, un plectro impactando en una cuerda va más allá de la muerte.
Y luego…
La muerte.
Los guardianes de lo oscuro escoltan a la parca, el grim reaper, la pálida loco. Baja silenciosa, acecha a su presa y le pega la estocada mortal.
El chillido es prolongado y repetitivo. Hay mucho viento. El chillido se escucha cercano, lejano, plural, abundante. Nos estamos adentrando. Hay cada vez más viento, mis manos tiemblan y mi corazón se quiere salir. Hay cuervos.
¡Hay cuervos, señor almirante! Será mejor que cambiemos el rumbo. Ningún cuervo puede ser de buen augurio.
Pero… ¿qué es esa luz? No podemos dejar de acercarnos a la luz inmaculada, absoluta. En el blanco hallamos el placer total; a este lo inundan gotitas, una por una, cada vez más, cayendo en el hielo con su tintinar agudo. Su eco llega a los confines de la cabeza.
Un ave se levanta herida, se acomoda el plumaje, mueve la cola, reclina las patas, abre las alas, toma aire, le reza a su madre y ahí va. ¡Se lanza! Bendito Dios, el ave se lanza en vuelo sobre el abismo y sobre los demonios.
Su silueta recorta un cielo de betún y es lo más hermoso que hemos visto jamás.
El ave divide las nubes con sus alas, orgullosa. Se zambulle en el agua evaporada y al salir de nuevo al mundo, encuentra a su rival.
La emoción es muy fuerte, la sensación muy alta, ¡se agarran a picotazos! Vuela el plumaje, se crispan las garras, se hunde el pico con fuerza para que brote la sangre. Se atacan con todo lo que tienen porque sus vidas dependen de ello.
Un ave cae.
Un ave se levanta.
Se va el sol y sale la luna en esta mañana de Diciembre. Mejor cierra bien las ventanas y renuncia al cielo.
El cielo es agridulce, pero cuán placentero. Esos golpes en el pecho, ese temblor en el brazo izquierdo, ese cosquilleo en la pantorrilla derecha, esos labios secos de tanto cantar, esos pies ampollados de tanto bailar, eso es el placer, eso es el cielo.
Porque después del estrépito de los rayos, viene la caricia de la lluvia. Vino a recogernos la flota interestelar, deslizándose cada vez más rápido por los túneles de la percepción. Va más rápido, más rápido, cada vez más rápido y ya ni el sonido puede alcanzarla.

Se fue, el sonido se fue y nos dejó su canción de amor: el silencio. 

jueves, 18 de diciembre de 2014

29/7



Y finalmente se resolvió el misterio del misterioso hombre misterioso. Lo que inició como una ilusión hollywoodense terminó con la marquesina de neón que reza “Las cambolas de la noche no son para verlas en el día”. 

Vélez… un tipo al que ni entonces ni ahora le interesó saber mi nombre o cruzar dos palabras. Y yo, que tan ilusionada estaba con la historia, recibí la noticia como un tortazo, puesto que la vida se las dio de payasa. 

Fucking perros que despertaron a Bonzo… 

¿Y el Santo? Lo tengo que dejar ir urgentemente. Reunir fuerzas, recordar todo lo lindo y todo lo feo y… fuf, soltarlo. 

Tengo que sacarte de mi alma, no te puedo permitir herirme más. 

Me duele el ego la reacción del misterioso, o sea, encuentra a la chica con quien la pasó genial, la tiene al lado y pide que otro le charle. 

Y el tal Tessari es un primitivo. En definitiva, la próxima que Vi me quiera presentar a un amigo la voy a pensar dos veces. No comprende que estoy buscando a alguien realmente interesante. 

En realidad no busco, solo espero a que llegue con la corriente (disque). 

Todo está demasiado despelotado. No hago zumba dos días y enloquezco.

Resfrianex noche (de día)


Baila bien, bailar mal, esa es la pregunta o solo es bailar. 

Casi puedo ver con la imaginación del ojo cómo cualquier intento de idea se filtra por un colador llamado resfrianex, así, celestito y de loza. 

¿Cómo anda el tiempo? Me da vértigo ver hacia el ayer. Ha pasado de todo y sin embargo acá seguimos, con el Santo, codo a codo. 

Aunque la verdad, tenerlo aquí lo saca un poco de mi cabeza para que pueda pasar todo lo demás, claro, previa aduana del colador. 

La gitana me asusta… su falta de tacto y su manera de lavarse las manos de las bombas que lanza me quitó la confianza en ella. Si mi vida dependiera de su apoyo, ya estaría muerta. 

Ahora se manifiestan los gases, producto de los champiñones. 

Dunia lleva hablando media hora. No he asimilado ni una palabra. Pareciera que habla de cosas rándom que va hilando sin el menor sentido. Ahora pide participación y reina un silencio sepulcral. 

Me sorprende cómo algunas compañeras tienen el aguante para prestarle atención todas las clases. Se quedan mirándola con la vista clavada, pero no sé qué tanto entienden de sus divagaciones. 

Que Coca Cola diga destapa la felicidad es como cuando los Beatles dijeron que eran más populares que Jesús. Hay que ser Coca cola para mandarse semejante blasfemia y que la gente se lo tome con gracia. 

Mis dedos huelen a esa vez… qué jodido. 

La profe se formó a punta de teoría. 

La masa se iguala hacia abajo.

Me quiero matar con esta materia. ¡Me mato!