viernes, 23 de noviembre de 2012

Ensalada amarilla


El negro atajo a las estrellas se encuentra en la practicidad del verde y en la genialidad de una cabeza desnuda.


Van llegando las nubecitas como quien no quiere la cosa, así, despacito… Abandonaron el cielo por toda una semana y ahora vuelven reteadas a restaurar la humedad y estabilidad del clima en la ciudad.
Luego llueve y vuelca sur. Buenas nubes.


Dicen que en este valle los duraznos son de los duendes. Genial frase, gigante, pero hasta el génesis alguna vez se escribió a mano, impregnándose papel con tinta. Tintándose, diría el a veces genio, a veces vegetal que escribió sobre una noche de sol radiante.


Nos encontramos otra vez, oh, tinta que fluye? Fluye delgada, dura, seca, pero se lubrica a medida que entra en confianza.
Soltate mango, y mejor resignate, porque ahora sos muy mío.


Los aires helados de la mañana sorprendieron distraída a mi garganta. Qué extraño el frío de estas horas que lo obliga a uno a cargar con bultos innecesarios o tiritar unos minutos hasta que el calor solar alivia la tierra y a sus pobladores. Se nubla por las noches y hasta pareciera que son ellas, las nubes, las que nos ponen el dolor de garganta, pero luego el viento se las lleva.
Esta mañana, mientras viajaba por la avenida en cuyo horizonte debí haber visto una serranía, encontré un increíble mar gaseoso coronado por una interminable y gruesa línea de espuma que dividía el azul profundo de las aguas, del inocente celeste del cielo.
Tan lindos colores para empezar un día dorado, acaso rojo, rojo de mi corazón.


Fobia congénita a la unión de un conjunto de personas, llámese grupo de amigos, y al intento de integración en este. Conducta antisocial.
Es que no quiero integrarme. Ellos, plural, son una estructura; yo, singular, soy otra estructura.


Llego con el corazón en la mano, indefensa, aterrada, en pánico. Es obvio que no estoy a la defensiva porque no siento que el valeverguismo me proteja ni un poquitín. Sencillamente no puedo conmigo y con mi horror. Si me van a destruir, que sea ya.


La máquina la hace el hombre y eso lo que el hombre hace con ella. El concepto lo hace el hombre y es lo que el hombre hace con él.
Creo en vos y en nuestros planes, sueño despierta para para no olvidarme, si soñamos juntos es más fácil manipularlo, cumplirlo. Creo en que juntos podemos ser tan felices y realizados como queramos.
Creo en el amor que te tengo y en el rebote de él, creo en el amor que vos me das sólo porque es menester de tu corazón. Creo en la ciencia de amarte y en el arte de soñar, en el volar de las ideas y en lo que queda al hablar.
Creo en vos y en tu incondicionalidad, creo en ella como creo en la coincidencia intencionada de nuestras manos idénticas.
Creo en pocas cosas, soy más que todo escéptica: creo en mí, en mi religión, en mi teoría, en el arte.
Creo en vos.


Lo he perdido todo, hasta el destino mismo, pero a la vez no dejo de ganar experiencia y sabiduría. Aunque nadie me crea, en serio les digo, oh, lectores sin ojos, que sea lo que tenga que ser.
Me entrego a la corriente para que me lleve al otro lado del río.


Cosas para jamás olvidar:
1.         Todo mal pone bien.
2.        Cuando uno le sonríe a la vida, ella devuelve la sonrisa.
3.         Bienaventurados los que tocaron fondo porque en adelante sólo caben mejorando.
4.        Nada que la carretera no pueda sanar. Y la música.


Luego agarré y me corté las uñas de los dedos gordos que me rompieron las medias como era obvio suponer, pero luego temí estar muy intoxicada para recordarlo y decidí escribirlo para no olvidarme.
Y luego la cama apremia y se deshace de las ideas geniales.


Palabras escogidas al azar:
Inspiración ajena, colchón como valsa en la corriente, romper el eje, cielo lleno de estrellas antepasadas, estrellado un huevo con tocino, sueños de highway, insensibles las causas, necesarios los azares, pistas polifónicas, sana curiosidad, brillo postre peli, para que no tengamos sol.edad, cielo redondo, cielo en los ojos en el cielo, confesión camuflada, el momento preciso que no llega pero pasa, durmiendo en mal momento, justo a tiempo me olvidé, metamorfosis ambulante, antes y después, entiendo o te ayudo a enloquecer, sin vos no hay yo, un café y a dormir.


Mis dientes son colmillos, tus ausencias son xilófonos, que por cierto en una infancia no tan lejana parecían sonrisas macabras. Es un paredón de letras, jugaré a que te estás.
Ahora a comer empanada.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Ensalada ecológica

La nueva estrategia de marketing que se usa en las publicidades es, para empezar, hacer darse cuenta al posible consumidor de que está solo y aislado de forma irremediable, para luego convencerlo de que el producto que se le ofrece (cerámicas para el piso, por ejemplo) lo acompañará por siempre y se convertirá en una parte importante de su vida.


Rumbos paralelos, dos anzuelos en un mismo río… ¡Fluye! <3
Hay tantas cosas, explosión de sentimientos gigantes abusados por el afán de estrenar el nuevo mango biónico.
Yo sólo sé que adoro a mi chinito, lo encontré y ahí me quedo. Es el elegido.


Acudir a un hermano, al hermano, ¿acudir a mi hermano? ¿Mi hermano me puede regalar horas? Las horas no están pasando como marca el reloj.
Siempre se me dieron los números pero ahora no sirven de nada porque cuando hay letras, los números se escriben “uno, dos, tres…” Desaparecen como en la vida de un enamorado.


En un escupitajo de emoción y furia se desprende el aliento de dragón sediento de venganza y ácido alcohol. Singani de tercera para las amigas engalanadas con máscaras o cáscaras de carnaval.


De mi tinta me sales… me sales disqué y te encuentro. Deja de perderte, es de puro antojo que te pierdes. Ya ENCONTRASTE ME. Y ni aun así tiene sentido.


El dolor es creador. Duele cuando la piel se rompe, pero pica cuando se regenera, acaso extrañando el dolor que ha dado paso a su nacimiento, ese que es el único capaz de aliviar el escozor.
Duele cuando un humano nace, duele cuando un rosal es podado, duele cuando se acaba la tinta del mango, pero todo renace.


Y justo cuando creí que había perdido al bueno, al que fluye, al entregado con amor, me hace comprender que hasta los lapiceros necesitan sus horas de sueño.  Yo sé que no hay olvido que pueda más que tus besos. –Zamba del olvido. Olvídame, esta zamba te lo pide-.


Estoy bien, pero eso es mentira.
Quiero volar, pero eso es literal
Quiero despertar, pero en otro planeta
Quiero dormir, pero por la eternidad.
No estoy bien, pero eso es verdad
Tantos peros, pero no hay conflicto.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Anécdota de domingo

Dejá de pensar en imágenes y recobrá la belleza de las letras, porque son esas las que tienen el poder de convertir en arte una anécdota de domingo.
Cuando Sergio pasó esa mañana por la casa materna, que además acoge a su oficina, no se dio cuenta y ni siquiera imaginó lo que luego le contaría por teléfono su señora madre, histérica y catatónica.
En ese momento redireccionó el destino de su moto y, luego de verlo y confirmarlo con sus propios ojos, llamó primeramente a su sobrino y administrador de la empresa para avisarle que le habían robado los doce mil bolivianos que él dejó en un cajón de su escritorio.
Inmediatamente Eduardo colgó con su tío, caminó por el borde de la piscina del club y llegó a la mesa donde estaba su padre para contarle lo ocurrido. Carlos no esperó hasta el final de la historia para empezar a reprocharle su imprudencia, pues habiendo una caja fuerte en la oficina, él dejó todo ese dinero en un cajón sin seguridad.
Isabel escuchó por casualidad un fragmento de la charla entre su primo y su tío cuando pasó cerca de ellos persiguiendo a Sofía, la hija de Eduardo. No comprendiendo el contexto y restándole total importancia al hecho de que su familia hubiera sufrido un robo, siguió con su tarde olvidando lo oído, razón por la cual patinó en un momento de incomprensión cuando su padre la condujo en su nueva moto a la casa de su abuela y, en vez de encontrarla contenta en su mecedora como cada día del señor, la pilló acomodando toallas en su ropero y quejándose de que le robaron su perfume favorito, ese que vos, Luis Fernando, me regalaste hacen años, ese que me ponía poquísimo para que no se gaste.
En la casa ya estaba Carlos y a los pocos minutos apareció Sergio para que así los tres hermanos analizaran todos los movimientos que tuvieran que hacer los ladrones para violentar, primero, la oreja de la reja por donde pasa el postigo, luego la cerradura de la puerta de la casa y por último la de la puerta de la oficina.
Sobrina y madre seguían a los tres hermanos en su inspección hasta que llegaron al epicentro del infortunado suceso: la oficina convertida en un revoltijo de papeles estropeados y muebles abiertos.
Como Sergio ya había estado ahí horas antes, aún fresco el robo, explicó a sus hermanos el recuento de las pérdidas: dos computadoras portátiles que albergaban todo el trabajo laboral y extracurricular de sus ambos hijos, arquitectos como él; la cámara fotográfica profesional de su hija menor, doce mil bolivianos en efectivo y la maleta de una de sus motos para guardar todo.
Un triste impermeable amarillo que había estado en la maleta perdida yacía en el piso como prueba de que los ladrones se llevaron sólo lo estrictamente necesario, y la caja fuerte empotrada a la pared e intacta atestiguaba que no hicieron el intento de abrirla para no perder ni un segundo.
Sergio también contó que cuando la policía vio la escena del crimen, diagnosticó que se trataba de delincuentes con poca experiencia que además iban a pie porque no se llevaron ninguno de los cuatro cascos para motos que habían en la oficina, mucho menos una de las tres motos que descansaban en el patio y cuyas llaves estaban en un perchero adentro.
La familia dio unas vueltas más por la casa arrastrando la penosa impotencia  de ser víctimas de un par de miserables delincuentes, conversaron acerca de las medidas de seguridad que deberían tomar en la oficina, ya que se trataba de una empresa que prácticamente no cuenta con la menor vigilancia, y se pusieron a hablar de otras cosas, como la orquídea monstruosa que crecía dentro de un tacú desde hacían veinte años y que ahora nuevamente estaba floreciendo, o como cualquier cosa que sirva de bajativo para cerrar la visita e irse cada cual por su camino.
La abuela invariablemente se quejaba del robo de sus dos perfumes, esos que tan pocas veces se puso para que no se gastaran, esos que le regalaron su hija Ana María y su hijo Luis Fernando, y para terminar con la perorata, puso el punto final con su frase de siempre, la cual sonó a sentencia como nunca.
Santa Cruz de mis amores, dijo, y su nieta supo que tenía que escribir un cuento acerca de las causas insensibles y los azares necesarios.
Necesarios aún no se sabe para qué, pero cuando el robo dé frutos en los azares de otra jornada, Sergio y sus hijos no se darán cuenta de la relación y la abuela se seguirá doliendo de sus dos perfumes, esos que salieron casi completitos, esos que no se ponía para no gastarlos.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Elucubraciones

Pasa como películas que se está rodando por ahí, como dice el experimentado. Aprender a sobrevivir es aprender a estar solo: si a uno le ayudan con todo ipso facto va a necesitar a alguien al lado para hacer todo
Complicada palabra para recordar. Es un viaje mental llegar a esa palabra, como montañas rusas con vagones celestes muy antiguos, de madera, con postigos gruesos y oxidados. Recuerdan más bien a las rieles de las minas, esas minas que luego se convierten en video juego y luego en doncella fácil que no duda en darte su número.
Me pongo muy musical, me pone la música, me pongo música. El sonido de eso que yo sé qué es pero a lo que no estoy acostumbrada me llena de un pánico extraño, y de cierta forma y sin entenderlo por completo, me doy cuenta de que el aire acondicionado ha invadido mi espacio y debo aprender a lidiar con él, como compañeros de cuarto. Es cuestión de costumbre el estar tranquila con el novedoso elemento… aunque pensándolo bien, no enfría tanto.
Tenía poesía mucho más bonita guardada en algún rincón de mi cabeza que probablemente no vuelva nunca a encontrar, pero lo bueno es que los dedos nunca dejan de girar, por más que el cerebro se quede elucubrando con recuerdos que no está seguro haber vivido. Pobre cerebro confundido, su poseedora le juega trampas y él todo el día se esfuerza en resolverlas, arreglar los estados de ánimo, las hormonas, las falsas alarmas, los estímulos confusos, el picante que me sufre pero al mismo tiempo me endorfina.
Si cielo fuera un verbo: yo te cielo y vos me celás! Por eso las palabras se quedan donde están y no se toman en consideración los nuevos inventos sobre la gramática y la real lengua española. Es mejor que el cielo se quede donde está y no lo bajemos a verbo, pobre cielo.
Entonces se va acercando sigilosamente la hora de dormir… ya casi, casi no aguanto más y estos ojitos se cierran al más allá de los sueños inmemorables, o de la oscuridad que se queda en el consciente a causa de la amnesia somnolar.
La ciencia del sueño estudia y monitorea los sueños, pero también se encarga de estudiar su aplicación.  

domingo, 11 de noviembre de 2012

El último apagón


Un muchacho está completamente conectado, y a la vez, totalmente aislado.
Es uno con la tecnología que lo rodea y su base de datos –su cerebro- está siendo siempre actualizada con novedades, chismes, chistes, curiosidades y demás parafernalias.
Es un autómata con internet, y sin embrago, es un chico tan común como cualquiera. Tan común, de hecho, que se podría pensar en el tan sólo como el resultado de una producción en masa de estereotipo juvenil.
Está de moda ser un zombi de las telecomunicaciones.
Una mañana despierta, apaga la alarma de su celular e inmediatamente intenta conectarse a la red social a través de él, pero no lo logra; el servicio parece haberse caído. Reniega un poco pero no se preocupa, enciende su laptop (sin levantarse de la cama) y repite el procedimiento anterior, pero de nuevo sin éxito.
Después de un rato, convencido de que la culpa la tiene el servicio de internet, se levanta para empezar su día, pero en vez de irse a andar en bicicleta en un parque cercano como cada domingo, pedalea hasta un café donde sabe que hay wi fi. Ahí pide un capuchino caliente, un croissant de jamón y queso y la clave del wi fi. Se la dan, pero le advierten que no está funcionando. En efecto, no consigue conectarse.
Vuelve a su casa con premeditada calma, pero en realidad le escuecen el coxis y la sien por la ansiedad que le causa el no poder comunicarse. Llega al departamento que habita él solo y marca el número de su mejor amigo para saber qué será de su domingo, pero la llamada no entra. Lo intenta varias veces y con más números, pero no consigue llamar a ninguno.
-Será cuestión de unos minutos- piensa a la vez que enciende la televisión para matar el tiempo, pero en la pantalla sólo se ve una maraña de garabatos grises que se mueven frenéticos dentro del cuadro. No lo soporta, tira el control al suelo y apoya la cabeza en sus manos para sufrir su frustración; la tecnología lo está timando.
Vuelve a intentar conectarse al internet con su laptop, pero ya ni siquiera enciende. También su celular está apagado y la televisión acaba de apagarse, intenta encender la luz y no lo logra.
El joven por fin se resigna, convencido de que la luz volverá después de una siesta, pero varias horas más tarde las tinieblas se tragan a la ciudad y ya no sólo él está desesperado, pues el mundo se ha convertido en un caos dentro de la oscuridad incandescente que los baña.
Y la luz no vuelve, y así se empieza a acabar el mundo.