domingo, 19 de agosto de 2012

La Maga y su magia

Hace ya un buen par de noches estaba entre cerros y pinos. La nocturnidad estaba helada y Samaipata, más hermosa que de costumbre.
Fuimos con mi novio y mis primos a un boliche que está en la esquina de la plaza, La Boheme -cueva preciosa que oscila entre lo chic, rústico, zen y vanguardista- tomamos unas cuantas cervezas, nos sumergimos en la longitud de una shisha y, luego de poco más de una hora, nos anoticiaron que La Maga estaba tocando a dos cuadras de allí.
Caminé entre bailando y tiritando calle abajo hasta la famosa Oveja Negra -otra cueva, menos preciosa, más rústica, musical-, abarrotada esta de gente que ocupaba cada espacio permitido entre mesas, batería y guitarras. La banda descansaba y ya había acabado el primer set. 
Por cosas de la vida, la física y la densidad de los cuerpos, recibí la segunda parte de la tocada desde la acera, donde pude escuchar que una tremenda armónica llevaba la batuta de un blues de gracia, el último que tocaron en serio. Cuando escuché la voz de Marcelo Gala invitando a la chica más linda del boliche a hacerse presente, supe que de ahí en más, sería catarrera pura. 
Esa fue La Maga en Samaipata a la 1am. de un 6 de agosto. 

La semana siguiente encontré un afiche del Ciclo de Música en el Museo, el cual se viene realizando cada jueves desde hace unos meses y hasta noviembre; esta vez le tocaba el turno a La Maga, seguida de Billy Castillo, pero él es un tema aparte. 
Lamento decir que llegué tarde y sólo alcancé a oírles dos canciones, pero la muestra fue suficiente para escribir al respecto, y más aun, para maravillarme con ellos. 
Su blues es excelente, profesional, cargado de onda. El de la armónica re sabe y el batero, tal como el ilustre Marcelo dijo, es de los mejores que tienen el gusto de habitar esta ciudad de mis amores. Su música es por completo disfrutable, un viaje aparte al planeta del suin, pero cuando de repente uno escucha un "A nosotros nos gusta innovar y vi por el público a una flautista preciosa, así que, ¿dónde estás belleza? vení y acompañanos", sabe que no está presenciando a una buena banda de blues convencional. No. Esto es La Maga. 
La preciosura en cuestión resultó ser un muchacho de más o menos 19 años que tenía una flauta traversa en sus manos cuando se tambaleó hacia el escenario entre vítores de sus amigos y de algunos espectadores simpáticos. Su emoción era sólo comparable con su nerviosismo. Gala se le acercó, le dio unas pautas rápidas de secuencias de blues y le cedió el micrófono para que, con la banda haciendo una base suave pero enérgica, se luciera a golpes de viento y saliva. 
La improvisación fue tremenda: a las frenéticas notas de la flauta se unió la fuerza de un solo de guitarra y la siempre sutil, siempre acertada intervención de la armónica, happening que luego fue quebrado por la invitación al baterista de demostrar por qué es tan bueno. 
Al terminar la canción, el mediano grupo de personas que poblaban el Museo de Arte Contemporáneo expresaba un furor unánime que reclamaba en lo implícito otra canción, y de ser posible, otra más. Con astucia y diplomacia, Marcelo aceptó cerrar con una canción más, pero con la compañía de Billy Castillo, quien luego haría uso del escenario. Tocaron un blues más pesado, o un rock más bluseado, no sabría llamarle. Fue excelente. Luego siguió Billy con su banda y el resto es cuesta abajo. 
Esa fue La Maga en el Museo de Arte Contemporáneo a las 9pm de un jueves.

Si en este preciso instante me dicen que a las 4am de mañana, lunes, La Maga va a tocar bajo un puente, iría a escucharlos. Choripan, ¡qué buena banda!

miércoles, 8 de agosto de 2012

Con el Simon y el Garfunkel


Alguien me dijo que todo está pasando en el zoológico. Nunca se me ocurrió pensar que mis cortinas pudieran verme, pero me parece que entre sus tejidos traslucidos empiezan a nacer ojos, acaso de cebras, acaso de cucarachas iluminadas que recuperaron la visibilidad al tiempo que la dignidad.
Miles de colores, tonos vivos y muertos, cromos bailarines y parapléjicos. Esos equinos rayados, con la sobriedad de su blanco y negro, son una fiesta retro con bolas de espejo y el estampado que hasta estos días causa sensación. Estos, mis días de dulce entrevero de horas de dulce tragedia con horas, más horas, de inmensurable calma. ¿Que qué prefiero?  Mi vida, por supuesto, esta que me tocó y desde siempre tuvo la gracia de ser iluminada por una estrella que a su vez es un gran planeta. También depende de cómo uno lo mire, no? Quizás en este lado del mundo le llamamos lucero, quizás en Guinea le llaman dios, quizás en Marte le llaman hermano, quizás Cheru le llama sobrino.
Tiempo, tiempo, tiempo es todo lo que todos nosotros necesitamos, para bien o para mal, para construir o destruir. No hay justicia mayor que la del tiempo, siendo este el fenómeno más preciso e imperturbable que existe, y a pesar de la ley de la relatividad, el reloj no miente: él pasa igual para todos.
Malas noticias, se acabó la gasolina pero sobran las ganas, tengo el espíritu todo groove y las palabras se empezaron a trabar tal como el rollo fotográfico que con tanta facilidad enrolló el experto. Pareciera que el solo hecho de saber lo que hace le cede el permiso de lograrlo, pues a pesar de hacer exactamente lo mismo que nosotros, él no tuvo el menor problema liándolo.
Tan linda la música country, la música! Pobres aquellos que no la valoran, y más aun los que nunca han tenido la gracia de disfrutarla. Ha de ser que esas personas en verdad no tienen alma o la han hecho morir de inanición.
Himno a las lágrimas, existes? Te invoco, te necesito. No recuerdo la última vez que lloré, pero empiezo a considerarla antinatural esta aridez de mis ojos; ganas y motivos no me han faltado pero quizás preciso algo más.