Primero está la sala de
televisión. Sus sillones antiguos, el preciosismo de sus molduras de yeso en el
techo. Es una sala construida con la arquitectura de una canción de cuna.
Los rincones esconden
sombras malintencionadas. Las luces bailan sobre los adornos de plata, sobre
las cucharas. Es bueno verte de nuevo, después de tanto tiempo.
El tiempo corre a prisa,
nosotros también nos ponemos a correr. Nos vamos por un bosque tupido, nos
chicotean las ramitas, nos caen gotitas de rocío de los árboles. ¡Más rápido!
Las patas de la liebre corren y no se ven.
En el corazón del bosque,
las pequeñas liebres bailan en pareja con la levedad del viento. Parece que
flotaran.
Y los frutos son hermosos,
rojos, esferas perfectas de ácido y dulzura. Él, que cuida a las liebres, que
riega los arbustos que dan las flores y los frutos, él nos garantiza lo que
solo nosotros podemos otorgarnos.
Se abre el telón y salen a
escena un flautista delgado como su flauta, un guerrero enorme que porta escudo
y un aventurero que no porta nada.
La batalla se desata entre
los dos bandos: el blanco y el negro. Matando enemigos por paz, el guerrero
derrama espuma por la boca, le sudan los ojos, le lloran las axilas. Las fichas
negras quieren tragarse a las fichas blancas, pero ahí está el flautista, animándolos.
Un solo de guitarra levanta al guerrero cual elixir.
Estamos muy alto, por eso
la música es suavecita y dulce. Hoy es el día de celebrar que el bien ganó la
batalla. Todos festejan, corren, beben y bailan, menos uno. ¿Aventurero, dónde
estás?
El escenario muta y la
música nos transporta como hilo conductor. Escalamos la montaña de carne humana
para llegar a la meseta llena de árboles llenos de amor.
El aventurero no da crédito
a lo que ven sus ojos. Tantas vidas iniciando y acabando mientras Narciso es
transformado en una flor.
¡Júbilo! Mejor una flor que
un narciso. Mejor la bella flor que no conoce al ruin espejo. Si la flor no
conoce su propia belleza, jamás la perderá.
No vamos al circo, pero
todo cambia y el circo viene a nosotros. Los osos hacen ruedos en sus
monociclos, los payasos hacen escaleras parados unos sobre otros. Está la
alfombra mágica que se alimenta de polvo y anillos perdidos, y la sirena de
ambulancia sentimental que llora de espanto y cuanto más llora, más chilla.
El circo es redondo y está
sumergido en la magia de otro mundo. Todos los presentes marchan uno dos tres
cuatro, uno dos tres cuatro hasta que el silencio los deja congelados.
¡Silencio! ¿Lo oyen? Es la
flauta otra vez. Se une la guitarra, el redoble de caja, el compás de la
marcha.
La marcha fúnebre más
solemne de todas, el réquiem a la más querida de las amigas. Adiós, madre
tierra, no queda más que tinieblas y ganas de sobrevivir. No será fácil.
El sol se está yendo por
última vez. La Tierra, en su último atardecer, luce más bella que nunca,
pintada de gloria trascendental.
La oscuridad se va
acercando como un manto denso. Los latidos del corazón se aceleran. Los rayos
de Zeus desgarran la cúpula celeste y cae una lluvia de fuego que alma alguna
vio jamás.
Nos inundan luz y calor.
Son olas gigantes de fuego, golpes de truenos, crujidos de cosas quemadas. En
el pánico general, los sobrevivientes corren en círculos. No hay a dónde
escapar, no existe refugio ni tregua. Este es el verdadero infierno.
¡El 666 ya no está solo! Su
ejército venció en número y fuerzas. Los vencidos son prisioneros y sus cabezas
se convertirán en trofeos para los demonios.
El fuego lo consume todo y
de la miseria, en el tercer día, resucita. La hoja brotando del humus, el fénix
levantándose de las cenizas.
Todas las criaturas vivas y
muertas se elevan con las estrellas, con los golpes de platillo que destellan
esperanza. Cada golpe metálico, cada eco, cada respiración llena los confines
de esta oscuridad total, cambiándole el color.
Tal como el río se une al
océano, hemos sido liberados para volver a casa. Lo que siempre creímos ser
ahora no es más que polvo. Tierra somos. Aire somos y subimos guiados por su
figura borrosa.
Con su espada de luz blanca
corta lo absoluto, con su manto de luz dorada traza el camino.
Los hijos le seguimos,
extasiados por tanta belleza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario