jueves, 18 de diciembre de 2014

Los olvidados de Olvidados



La película Olvidados, según el título, el slogan (¿Te atreves a recordar?) y el tráiler, es un homenaje a la memoria de las víctimas de las dictaduras militares en Latinoamérica, entre los años 1974 y 1977. Sin embargo, luego de ver la película, da la impresión de que los propios guionistas y directores se olvidaron de los "olvidados".
 
Si bien Olvidados se basa en hechos reales, con precisión en años y ubicaciones geográficas, no es un referente histórico, pues toca el tema por encima, solo en el nivel de lo visual, sin profundizar en hechos ni explicaciones. 

La película no le da una lección de historia al espectador, sino lo contrario, el espectador debe darle un repaso a la historia de la Operación Cóndor para comprender el contexto y darse cuenta de la cantidad de hechos terribles que pasan por alto. 

Por ejemplo: al principio se observa a un grupo de militares latinoamericanos recibiendo instrucciones de estadounidenses en la Escuela de Guerra de Las Américas, en Panamá (este dato se sabe gracias al pie de pantalla). En la escena vemos el típico entrenamiento militar anglosajón con tiro al blanco y carrera de obstáculos, pero lo que ocurrió históricamente fue que la CIA compartió con los militares latinoamericanos un amplio bagaje de conocimientos en tortura, secuestro y hasta desaparición de cuerpos en ácido sulfúrico. 

Tampoco se detienen en el hecho de que todas las reuniones que tenían los tenientes eran totalmente clandestinas. La única parte que hace un fuerte énfasis en la situación real del Plan Cóndor es cuando, en una conferencia de prensa, los militares se niegan a contestar y solo afirman “el gobierno busca el bien y la paz”. 

El protagonista de la película, ese personaje que despierta simpatía y hasta compasión en el espectador, no es nada menos que uno de los torturadores bolivianos, y a pesar de que se le ve practicar sus funciones militares contra los revolucionarios, en ningún momento se le da una connotación desdeñable, amparado como está en la visión condescendiente del director. 

Sin embargo, sí se siente un extraño rechazo a un revolucionario chileno que, luego de ser torturado y de que se le amenazara con matar a su madre, confianza que su amigo esperaba un cargamento de armas y queda de desleal. 

La película tiene un enfoque dudoso, pues si bien, por lógica, los buenos son los revolucionarios y los malos, los militares, estos últimos siempre terminan bien parados, heroicos y perdonados de toda culpa. 

A los revolucionarios los matan, los golpean, los torturan, matan a sus hijos… todo. Pero que por favor no se nos olvide que el militar boliviano también tuvo que dejar a su mujer embarazada antes de ir a torturar revolucionarios en un taller mecánico clandestino. Que no se nos olvide lo mucho que la ama y la extraña, que no se nos olvide que ahora es un viejito paceño que sufre en su corazón los estragos de la memoria y que solo quiere morir en paz, viendo a su hijo por última vez, el cual llega de su comodísima vida en Nueva York y agh, qué desagradable, lo detiene un oficial de migración para amedrentarlo con “no creas que no sabemos quién es tu padre” mientras masca coca frente a la cámara para que el espectador no pueda más que sentir rechazo ante este nuevo orden instaurado. ¿Mejor militares que acullicadores, señor director? 

Pero la verdadera cabeza detrás del filme, la razón de todas las incoherencias y la deslealtad a la memoria es Carla Ortiz, la alcurniosa actriz de telenovela boliviana que tomó la dictadura como escenario de un revoltijo de dramas amorosos pintados con sangre, muchísima sangre, rayando en lo gore, para asegurarse la conmoción del espectador. 

La parte más incongruente de la película, protagonizada por la misma Ortiz, es aquella en que su personaje, luego de torturado y asesinado su marido, se sienta a renegar diciendo que por culpa de la revolución están donde están y lanza la frase más pomposa e inaudita de toda la película: “¿Dónde ha quedado la tolerancia?”. 

En ese momento, todos los otros personajes se quedan mudos de indignación, al igual que lo haría cualquier espectador con dos dedos de frente. 

Lo más triste es cómo todos los personajes mueren. No el hecho de que mueran, sino la forma: Uno muere luego de vender a su amigo, otro muere luego de que su amigo lo vendió, otro muere después de haber visto morir a su mujer, otro muere después de haber visto torturar y matar a sus amigos, otra muere luego del sutil, casi accidentado acto heroico de matar a un militar y la única que tiene agallas y que se las juega por la revolución hasta el final se suicida (o sea se rinde). 

La única malnacida que queda viva es Carla Ortiz, y para colmo de paradojas y desafíos a la historia y la realidad, no solo vive ella, sino también su bebé, el cual es adoptado y súper bien criado por el militar boliviano. Oh, qué suerte la suya. (Al final madre e hijo se encuentran. Toda una dulzura).

Fuera de los pabellones de tortura, la revolución y las protestas contra el Plan Cóndor son solo videos de archivo de pocos segundos. El contexto histórico está en tercer plano. Es solo el sostén de estas historias entrelazadas. 

Técnicamente hablando, la película es buena. Tiene excelente producción, maquillaje muy realista, abundante sangre, hermosa fotografía, bellísimos paisajes y un director con buenas nociones narrativas hollywoodenses. 

El problema es que todas estas virtudes técnicas, ante un cine boliviano por lo general mediocre, impresionan sobremanera al espectador, dejando por completo de lado la falta real de contenido de la película. No podemos quedarnos con lo bien que se ve, pues que se vea bien es un requisito obligatorio en toda buena película. La diferencia siempre yacerá en el contenido y el mensaje. 

En conclusión, Olvidados le faltó el respeto a la memoria de 140mil personas desaparecidas y muertas durante el Plan Cóndor. 

No la recomiendo.

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