La
película Olvidados, según el título, el slogan (¿Te atreves a recordar?) y el
tráiler, es un homenaje a la memoria de las víctimas de las dictaduras
militares en Latinoamérica, entre los años 1974 y 1977. Sin embargo, luego de
ver la película, da la impresión de que los propios guionistas y directores se
olvidaron de los "olvidados".
Si
bien Olvidados se basa en hechos reales, con precisión en años y ubicaciones
geográficas, no es un referente histórico, pues toca el tema por encima, solo
en el nivel de lo visual, sin profundizar en hechos ni explicaciones.
La
película no le da una lección de historia al espectador, sino lo contrario, el
espectador debe darle un repaso a la historia de la Operación Cóndor para comprender
el contexto y darse cuenta de la cantidad de hechos terribles que pasan por
alto.
Por
ejemplo: al principio se observa a un grupo de militares latinoamericanos
recibiendo instrucciones de estadounidenses en la Escuela de Guerra de Las
Américas, en Panamá (este dato se sabe gracias al pie de pantalla). En la
escena vemos el típico entrenamiento militar anglosajón con tiro al blanco y
carrera de obstáculos, pero lo que ocurrió históricamente fue que la CIA
compartió con los militares latinoamericanos un amplio bagaje de conocimientos
en tortura, secuestro y hasta desaparición de cuerpos en ácido sulfúrico.
Tampoco
se detienen en el hecho de que todas las reuniones que tenían los tenientes
eran totalmente clandestinas. La única parte que hace un fuerte énfasis en la
situación real del Plan Cóndor es cuando, en una conferencia de prensa, los militares
se niegan a contestar y solo afirman “el gobierno busca el bien y la paz”.
El
protagonista de la película, ese personaje que despierta simpatía y hasta compasión
en el espectador, no es nada menos que uno de los torturadores bolivianos, y a
pesar de que se le ve practicar sus funciones militares contra los
revolucionarios, en ningún momento se le da una connotación desdeñable,
amparado como está en la visión condescendiente del director.
Sin
embargo, sí se siente un extraño rechazo a un revolucionario chileno que, luego
de ser torturado y de que se le amenazara con matar a su madre, confianza que
su amigo esperaba un cargamento de armas y queda de desleal.
La
película tiene un enfoque dudoso, pues si bien, por lógica, los buenos son los
revolucionarios y los malos, los militares, estos últimos siempre terminan bien
parados, heroicos y perdonados de toda culpa.
A
los revolucionarios los matan, los golpean, los torturan, matan a sus hijos…
todo. Pero que por favor no se nos olvide que el militar boliviano también tuvo
que dejar a su mujer embarazada antes de ir a torturar revolucionarios en un
taller mecánico clandestino. Que no se nos olvide lo mucho que la ama y la
extraña, que no se nos olvide que ahora es un viejito paceño que sufre en su
corazón los estragos de la memoria y que solo quiere morir en paz, viendo a su
hijo por última vez, el cual llega de su comodísima vida en Nueva York y agh,
qué desagradable, lo detiene un oficial de migración para amedrentarlo con “no
creas que no sabemos quién es tu padre” mientras masca coca frente a la cámara
para que el espectador no pueda más que sentir rechazo ante este nuevo orden
instaurado. ¿Mejor militares que acullicadores, señor director?
Pero
la verdadera cabeza detrás del filme, la razón de todas las incoherencias y la
deslealtad a la memoria es Carla Ortiz, la alcurniosa actriz de telenovela
boliviana que tomó la dictadura como escenario de un revoltijo de dramas
amorosos pintados con sangre, muchísima sangre, rayando en lo gore, para
asegurarse la conmoción del espectador.
La
parte más incongruente de la película, protagonizada por la misma Ortiz, es aquella
en que su personaje, luego de torturado y asesinado su marido, se sienta a
renegar diciendo que por culpa de la revolución están donde están y lanza la
frase más pomposa e inaudita de toda la película: “¿Dónde ha quedado la
tolerancia?”.
En
ese momento, todos los otros personajes se quedan mudos de indignación, al
igual que lo haría cualquier espectador con dos dedos de frente.
Lo
más triste es cómo todos los personajes mueren. No el hecho de que mueran, sino
la forma: Uno muere luego de vender a su amigo, otro muere luego de que su
amigo lo vendió, otro muere después de haber visto morir a su mujer, otro muere
después de haber visto torturar y matar a sus amigos, otra muere luego del sutil,
casi accidentado acto heroico de matar a un militar y la única que tiene
agallas y que se las juega por la revolución hasta el final se suicida (o sea
se rinde).
La
única malnacida que queda viva es Carla Ortiz, y para colmo de paradojas y
desafíos a la historia y la realidad, no solo vive ella, sino también su bebé,
el cual es adoptado y súper bien criado por el militar boliviano. Oh, qué
suerte la suya. (Al final madre e hijo se encuentran. Toda una dulzura).
Fuera
de los pabellones de tortura, la revolución y las protestas contra el Plan
Cóndor son solo videos de archivo de pocos segundos. El contexto histórico está
en tercer plano. Es solo el sostén de estas historias entrelazadas.
Técnicamente
hablando, la película es buena. Tiene excelente producción, maquillaje muy
realista, abundante sangre, hermosa fotografía, bellísimos paisajes y un
director con buenas nociones narrativas hollywoodenses.
El
problema es que todas estas virtudes técnicas, ante un cine boliviano por lo
general mediocre, impresionan sobremanera al espectador, dejando por completo
de lado la falta real de contenido de la película. No podemos quedarnos con lo
bien que se ve, pues que se vea bien es un requisito obligatorio en toda buena
película. La diferencia siempre yacerá en el contenido y el mensaje.
En
conclusión, Olvidados le faltó el respeto a la memoria de 140mil personas
desaparecidas y muertas durante el Plan Cóndor.
No la recomiendo.
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