jueves, 18 de diciembre de 2014

Hugo Boss


Voy a escribir algo, empezando por el silencio del ventilador y continuando con los golpes sordos de las cosas en contacto con las cosas. 

Les sucede una turba de gente entre la cual percibo un olor conocido. Se estaciona tras mi espalda y me inunda. Es magnético porque tiene gravedad. 

Este espacio, esta laguna mental es el olor de tu ausencia, por eso espero un poco. 

Ahora hay una danza de dedos haciendo traquetear las teclas. Click, click, click. Nosotros, los humanos, tenemos la gran capacidad y urgente necesidad de comunicarnos, aunque sea a través de los aparatos más fríos. 

Me entretuve un segundo con la “sociedad del entretenimiento”. Las pupis hacen un escándalo buscando a Yalile para empezar su exposición y mi celular hace plam plám. 

Acabo de encontrar al que mi cerebro psicópata denomina como “tesoro humano”, y por psicótica es que fantaseo con confabulaciones del destino e historias de amor que terminan con los clásicos ojos de bulldog y aullido de ternura (aawwww) en los lectores/espectadores/televidentes/audientes. 

Hay un neón que parpadea con swing caribeño y las sorpresas de la noche anularon por un segundo la atención sobre el capibara. 

Yalile y la gula de la vida… Yalile se soba las tetas. Las tiene gigantes. 

Su muro (del tesoro humano) dice interesante, gracioso quizás, pero no, es solo otro colla gordo. 

_Isa, ¿tú tienes la cámara de Quark?
_Noup, ni puta idea de quién la tenga.
_Hmmm (ambos se sostienen la mirada)

¡Maestro! Eso es todo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario