martes, 13 de marzo de 2012

Más tareita de la U

Redacta una conversación que hayas escuchado, describiendo tonos y actitudes de los locutores.


Iba sentada en el trufi del primer anillo cuando se subieron dos señoras de más o menos cuarenta años.
_Ay, yo no sé que cocinarle a mis hijos, son sumamente mañosos_ se quejaba  una de ellas_ si cuando vivíamos en Washington yo les cocinaba locro y majao porque extrañaba mucho la comida de acá, y ni ellos ni Robert querían comer.
_Ay hija, te entiendo, así son_ contestó la otra_ Nicholas todavía es chiquitito, pero quise hacer sonso de yuca para que Reiner pruebe y no le gustó, él sólo quiere comer su comida alemana, y hasta ahora no lo puedo convencer para que nos vengamos a vivir aquí.
_Cómo pues te vas a volver, no le quités la oportunidad a tu hijo de estudiar en un colegio americano_ le dijo la primera mujer en tono de reproche_ yo por eso esperé a que Ben Thomas hubiera acabado el high school para volverme, porque si no, no habría aguantado más de tres años.
_Pero es que es muy difícil vivir allá, me siento muy sola_ se quejaba la otra_ no tengo quien me ayude con Nicholas y Reiner no descansa ni siquiera lo domingos.
_¡Pero vos por lo menos tenés a tus hermanas!
_Pero viven muy lejos_ seguía quejándose la segunda mujer_ Gladis trabaja todo el día y a Joana la veo una ves al mes porque vive a más de una hora de mi casa.
_Pero por lo menos las tenés en la misma ciudad_ le repetía su amiga_ yo viví veinte años en Washington y la única familia que tenía era mi marido y mis hijos, ¡eso es estar sola! Y fue muy difícil y muy triste para mí, en especial porque tuvieron que pasar cuatro años para que termine mis estudios de inglés y me den la ciudadanía para buscar un buen trabajo, y hasta entonces estuve viviendo de el trabajo de Robert, cosa que siempre me incomodó porque me sentía dependiente de él.
_Pero hija, yo estoy en las mismas, Reiner es el que trabaja y yo hago las compras y cuido a mi hijo cuando sale de la guardería_ le respondió la segunda mujer con toda naturalidad_ y aunque a veces me gustaría tener mi propia plata, creo que es lo mejor porque así sin trabajar, apenas tengo tiempo para hacer todo, la hora se pasa volando y las distancias son muy largas.
_Yo no pienso como vos amiga_ contestó la primera mujer, con recelo_ yo sufrí mucho allá pero gracias a Dios conseguí un trabajo en Tigo por internet para administrar la contabilidad, y como es una empresa internacional, volví a Santa Cruz y pude seguir con el mismo trabajo.
_Amiguita, volviendo al tema de los hijos_ empezó la segunda mujer_ ¿por qué te volviste antes de que tus otros dos hijos terminaran el colegio?
_Ay amiga_ contestó con un suspiro pesaroso_ porque comprendí que la familia y compañía de los seres que uno ama vale mucho más que una educación en los Estados Unidos. Mi mamá ya está mayor, mis sobrinos se están casando, algunas de mis hermanas ya tienen nietos y yo me perdí todo eso por irme a perseguir un sueño que terminó siendo esclavitud. Estoy muy feliz de haberme casado con Robert y amo a los tres hijos que me dio, pero hubiese preferido volverme mucho antes, porque quizás vos todavía no lo sepás amiga, pero no importa que tan buen país sea, no lo es para un extranjero. Allá nosotras no somos nada, si no nos casamos con un gringo, somos ilegales y sin derechos; si no tenemos un inglés perfecto, no podemos aspirar a buenos trabajos; y si no dependemos de nuestros maridos, sencillamente no podemos vivir.
_Sos muy dramática amiga_ contestó la segunda mujer, algo hastiada de la conversación_ yo no creo que sea tan malo vivir en Virginia.
_Te faltan años, amiga_ respondió la segunda mujer con melancolía en la voz_ te faltan años para darte cuenta que el mejor país para vivir es ese que nos vio nacer.
Mi parada estaba aquí, tres segundos después de sus últimas palabras.

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