Ese zumbido que
produce el silencio en los oídos se amaina con el ambiguo silbido de una flauta
de tacuara, y cuando esta calla, la reemplazan el pasar de los vehículos y el
grito de los choferes que invitan a llenar sus transportes para partir hacia
algún punto cardinal que abandone esta ciudad redonda.
La televisión manda
señales claras que el cerebro omite hasta que se encuentra criticando y
renegando contra lo que ve, pues entonces se da cuenta de que el cuerpo que lo
carga está en la misma situación. Duda.
Duda aquella persona
que cree estar haciendo lo correcto en un plano egoísta, sabe que lastima a
otras personas como también sabe que nada podría hacerla tan feliz, conoció al
que esperaba y no lo quiere dejar ir por ningún motivo. Sufren dos personas,
una con mejores motivos que la otra, pero ellos son felices juntos, la
televisión no tiene por qué meterse con sus mensajes moralistas.
Se aman, así lo dicen
sus miradas, sus palabras empapadas de ternura, sus caricias con la punta de
los dedos, pero cuando la distancia cae entre los dos, ¿se siguen amando tanto?
Esa máquina de escribir nunca lo ha mencionado, la comunicación decae como si
cada cual fuera un ermitaño que vuelve a su cueva y la vida continúa como
siguen las cosas que no tienen mucho sentido.
Los aparatos, desde
que encontraron la forma de hablar, expresan más que los humanos, y los objetos
de la cotidianeidad, si se los ve con otros ojos, dan mejores consejos que
aquellos mejores amigos cuyo tiempo no alcanza para ser mejores amigos.
Navegan sus ojos entre
un montón de texturas, colores, años, sonidos… sabe que él no se dio el tiempo
de escuchar y se da cuenta de que lo importante para ella, sólo para ella
importa. No se puede cambiar. El hijo huérfano seguirá resguardado en la
soledad de su amor y nadie más comprenderá lo que es prender una vela, cerrar
los ojos y ver el futuro.
Empieza a atacar el
acné por los rededores de su boca, quizás sea cierto que sucede porque se
guarda lo que tiene que decir, pero simplemente no encuentra el sentido de
tocar un tema delicado movida nada más por una paranoia.
Le gustaría
comunicarse más con él a la distancia, que las palabras pisen más fuerte que
las miradas, conocerlo sin interrupciones románticas, decirle todo lo que el
fútbol, las películas y los besos no permiten.
Ahora esa máquina de
escribir repiquetea como una metralleta, su campanilla estalla con la gracia de
una bailarina y su contenido arruina la magia del momento, es el imbécil.
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