La muerte súbita por
definición es la forma más violenta de perder la vida, es la que no prevemos, pero como nos enseñaron en los colegios católicos una vez a la semana,
mientras nos parábamos en fila frente al
congreso de profesoras en pleno, matar no necesariamente es una cuestión
biológica.
Primero está el
clásico y favorito de las profesoras de religión “matar con palabras”, método muy poco eficaz en estos días puesto que ha
encontrado antídotos de indiferencia o “cuero” con el pasar de los años y el
perderse de las buenas costumbres, normas de educación y detalles de protocolo.
Luego hay un tipo de asesinato más personal, uno que en la mayoría de los casos lo convierte a uno
en homicida pero no al otro en difunto: el “estás muerto para mí”, que consiste
simplemente en odiar, pero no odiar como se odian los que aman, sino odiar con
elegancia: con indiferencia. Olvidar la existencia de una persona es lo
más cercano a matarla, pues incluso a los fallecidos
podemos vitalizar en el calor de la memoria.
Pero hay otra muerte,
oh, mala muerte súbita y voraz, que deja en el sentir de su víctima el
único deseo de morir, pero de buena muerte. Ese poner fin a la vida que pueden ocasionar
sólo las personas de cuya existencia y consecuentes decisiones depende la vida
de otro, por burdo ejemplo, la novia con etiqueta de “el amor de su vida” o “de
mi vida”, esa que en vez de dar señales de disconformidad, pretende que todo
está de maravilla y en el momento menos pensado, lanza su ruin guadaña y acaba
con el aliento del mal amado: “terminamos”.
Pero insisto, esta
muerte sólo funciona si en respuesta al abandono el muchacho, que también
puede ser muchacha, mira a su alrededor y se da cuenta de que ya no hay vida porque entregó todo su ser y construyó todos sus planes en torno a los cimientos de un volantín al viento. Entonces, pobre persona, ha muerto de súbito hasta nuevo aviso,
hasta nueva vida, hasta nuevo amor.
Lo mismo puede hacer
un banco que extienda un crédito salvador y justo cuando el desdichado
comienza a retomar la firmeza de sus pasos, zaz, el banco corta el crédito, el
hombre, que también puede ser mujer, mira a su alrededor y se da cuenta de que
ya no hay vida, pobre persona, murió de súbito.
Lo mismo puede hacer
un padre manipulador, lo mismo un jefe, lo mismo cualquier persona a la que se
le dé el derecho de convertirse en asesino, pero si uno no revierte su propio óbito, entonces no hay muerte peor que la que se encontró de súbito con la
puerta de la vida justo cuando esta se cerraba.
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