Lucecillas
en la ciudad como árbol de navidad, luces en la carretera, luces como
flechas que viajan a toda velocidad.
Vías llenas
de luminosidad, alegres por el regalo de la energía. Luces de colores
tan brillantes como una canción feliz, bailan a lo largo de
una vía cantante, emocionada con el reflejo de la fiesta
ambulante.
Luces
por toda la ciudad atraviesan la noche y nos ayudan a llegar
al día siguiente. Brillos voladores cruzan lo extraño y
tenebroso, giran varias veces y ponen esperanza donde hubo temor.
Estrellas
fugaces impactan la tierra, la recorren como saeta y nos brindan su
calor artificial. Fuegos plásticos nos permiten descubrir los
misterios de la celosa oscuridad, escudriñar lo indebido y encontrar
los pedazos de corazones rotos debajo de la cama.
Este
es un viaje sensacional, un flash delirante por la vía láctea, un
paseo por el buque de los faroles incandescentes. Las luces de colores,
azules, rojas y amarillas, invitan a montarse a la aventura, a cerrar los ojos
y recorrer a toda marcha la carretera cuajada de brillos que te rompen los ojos
y traspasan los parpados para grabarse más allá de la
conciencia.
Las
estrellas fugaces pasan derecho a través del barco, pero si se
encuentran con la niebla de unos ojos cerrados, se detienen a bailar en ellos
antes de continuar la carrera de estirar el manto nocturno alrededor del mundo,
justo a tiempo para que nuestras vidas continúen con un poco menos de
brillo, que es la renta que nos cobran las luces al dormir.
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