lunes, 14 de enero de 2013

Fiesta de locos

¿Quién decide quién está loco y quién cuerdo? Y, ¿Quién nos asegura que la persona que emite tal juicio está en sus cabales y no, de igual manera, demente?

Todos tenemos una dosis de locura en nuestro interior, así lo exige el equilibrio de la vida, pues si estuviéramos por completo cuerdos, a su vez estaríamos totalmente locos: nadie puede tener tal grado de juicio sin antes proponérselo y el sólo hecho de afanarse por la salud mental connota un dejo de chifladura que podría ser mayor o menor dependiendo del deseo del individuo por estar cuerdo y “ser normal”.

Por otra parte, si nos dejamos llevar por la corriente sin preocuparnos por cómo estará la psiquis, poco a poco y sin darnos cuenta nos iremos impregnando de las manías de la sociedad y se podrá decir que, en cierta medida, también estamos locos.

Según la química, toda sustancia puede ser letal o inocua dependiendo de la dosis que se aplique. Por ejemplo: varios litros de jugo de naranja consumidos en un mismo día pueden matar a un hombre, pero tres gotitas de lavandina en las lechugas no son venenosas, sino desinfectantes. De igual manera, tener una dosis razonable de locura es más sano que tratar de estar cien por ciento en nuestros cabales.

Así como decía Jean-Jacques Rousseau: El hombre nace puro y limpio, pero luego la sociedad lo corrompe. De igual manera sucede que el hombre nace cuerdo (en realidad no tiene conciencia cuando nace) y la sociedad lo enloquece.

Pero funciona de la misma manera que el Contrato Social de Rousseau, pues así como el hombre cede su libertad natural, que es absoluta, para unirse a una sociedad que lo proteja, así también nos entregamos a este mundo de chiflados para no desquiciarnos con nuestra propia cordura. Sabido es que las personas aisladas, por naturaleza, enloquecen.

Entonces, una vez comprendemos que todos los seres humanos estamos un poco dementes, podemos responder a la pregunta inicial:
¿Quién decide quién está loco y quién está cuerdo? Probablemente un psiquiatra, quien debe estar un poco tocado. Y, ¿quién le enseñó todo lo que sabe de su profesión? Su catedrático, un hombre de costumbres un tanto excéntricas. Y a él, ¿quién le enseñó a leer y escribir? Su maestra de primaria, tildada por todos, a sus espaldas, por supuesto, de chiflada.
Y así sucesivamente podemos viajar por los años, los siglos y las jerarquías, y darnos cuenta de que todos estos miles de años hemos sido educados, gobernados y concebidos por locos.

Y si nuestro viaje por tiempo y espacio continúa y llegamos a los días posteriores a la creación, nos daremos cuenta que desde Caín y su perse que el mundo es un disparate, o quizás desde un poco antes.

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