Todos tenemos una
dosis de locura en nuestro interior, así lo exige el equilibrio de la vida,
pues si estuviéramos por completo cuerdos, a su vez estaríamos totalmente
locos: nadie puede tener tal grado de juicio sin antes proponérselo y el sólo
hecho de afanarse por la salud mental connota un dejo de chifladura que podría
ser mayor o menor dependiendo del deseo del individuo por estar cuerdo y “ser
normal”.
Por otra parte, si nos
dejamos llevar por la corriente sin preocuparnos por cómo estará la psiquis,
poco a poco y sin darnos cuenta nos iremos impregnando de las manías de la sociedad
y se podrá decir que, en cierta medida, también estamos locos.
Según la química, toda
sustancia puede ser letal o inocua dependiendo de la dosis que se aplique. Por
ejemplo: varios litros de jugo de naranja consumidos en un mismo día pueden
matar a un hombre, pero tres gotitas de lavandina en las lechugas no son
venenosas, sino desinfectantes. De igual manera, tener una dosis razonable de
locura es más sano que tratar de estar cien por ciento en nuestros cabales.
Así como decía
Jean-Jacques Rousseau: El hombre nace puro y limpio, pero luego la sociedad lo
corrompe. De igual manera sucede que el hombre nace cuerdo (en realidad no
tiene conciencia cuando nace) y la sociedad lo enloquece.
Pero funciona de la
misma manera que el Contrato Social de Rousseau, pues así como el hombre cede
su libertad natural, que es absoluta, para unirse a una sociedad que lo
proteja, así también nos entregamos a este mundo de chiflados para no
desquiciarnos con nuestra propia cordura. Sabido es que las personas aisladas,
por naturaleza, enloquecen.
Entonces, una vez
comprendemos que todos los seres humanos estamos un poco dementes, podemos
responder a la pregunta inicial:
¿Quién decide quién
está loco y quién está cuerdo? Probablemente un psiquiatra, quien debe estar un
poco tocado. Y, ¿quién le enseñó todo lo que sabe de su profesión? Su
catedrático, un hombre de costumbres un tanto excéntricas. Y a él, ¿quién le
enseñó a leer y escribir? Su maestra de primaria, tildada por todos, a sus
espaldas, por supuesto, de chiflada.
Y así sucesivamente
podemos viajar por los años, los siglos y las jerarquías, y darnos cuenta de
que todos estos miles de años hemos sido educados, gobernados y concebidos por locos.
Y si nuestro viaje por
tiempo y espacio continúa y llegamos a los días posteriores a la creación, nos daremos
cuenta que desde Caín y su perse que el mundo es un disparate, o quizás desde
un poco antes.
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