miércoles, 9 de enero de 2013

Comer o besar


Esa es la cuestión, y valga aclarar que ésta no será una nota culinaria ni seis sencillos pasos para curar el mal aliento y el hedor del ajo en los dedos, mucho menos la fórmula mágica para dar besos con sabor a guapurú después de mandarse una platada de hígado a la chorrellana.
No. Esto va a excavar en lo profundo de las pasiones humanas, tocará dilemas filosóficos, le abrirá la tripa a más de un lector y pasará por alto para la mayoría de los transeúntes del internet que leerán “comer o besar” y decidirán sin más preámbulos, todo esto con una simple analogía: Si comer un delicioso plato de comida –la que a usted le apetezca- perfumado y sazonado con fresca cebolla y abundante ajo, sabiendo que de esa forma repelerá los besos de la pareja –o la persona que le brinde sus labios-, o sacrificar el hambre y el antojo por el bien de un beso mentolado, acaso dulce, y sin el menor dejo de reproche en las expresiones de la contraparte.
Por supuesto, esta analogía no contempla la posibilidad de lavarse los dientes, tragarse unas mentitas o cualquier otra solución para el desagradable problema del aliento pues no se trata de eso, sino de escoger entre la gula o la lujuria, el amor o el hambre, Eros o Dionisio, comer o besar.
El problema se puede abordar por el plano del placer individual o compartido, pues mientras comer es un gusto en solitario, besar requiere invariablemente de un acompañante; como también se puede analizar a partir del nivel de entrega y sacrificio que tenga cada persona hacia su pareja, ya que es más probable que un enamorado renuncie a su chimichurri por unos labios tibios que alguien que apenas empieza a noviar.
Y visto desde el ángulo de empezar una relación, se trata del pudor que exista entre la nueva pareja, pues ningún novio querrá marcar con su mal aliento la memoria colectiva de la relación. Sabido es que a los dos primeros meses de todo noviazgo serio no se los llevan ni el tiempo ni el olvido.
Y si lo aplicamos a alguien que no tenga novio –o novia- ni nadie a la mano para besar, entonces no hay dilema, que coma solito su ensalada de cebollas crudas con tomate y se eche a descansar sin preocuparse por quién pueda asomar la nariz por sus fauces.
Sin embargo, la solución que sí contemplará esta nota es la única válida en realidad, ya que el dentífrico no elimina del todo el hálito a cebolla y las mentitas son una cortina de humo de corto efecto. Lo mejor que se puede hacer en esta clase de encrucijadas es compartir.
Compartir amado con amada, novio con novia, marido con mujer y todas las posibles combinaciones, el placer de embutirse los jugosos alimentos impregnados de fuertes olores y sabores,  y luego besarse largo y hondo sin escrúpulos ni olfato, pues ya estropeado este con el propio vaho de la respiración cebollosa, no queda nada de qué quejarse.
Y tal como dice Pablo Milanez: “La prefiero compartida antes que desperdiciada mi vida”.

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