A
las niñas, en los quinceañeros, los muchachos mayores, engalanados con sus
mejores chalecos de seda y corbatines de satén, les daban de oler póper para
aprovechar los diez segundos de embobamiento y prendérselas.
Ellas
experimentaban una montaña rusa de placer interminable en cámara lenta, ellos
se conformaban con el beso delincuente que arrancaban de esos tiernos labios
ausentes.
Qué bien se la pasaba en esos quinceañeros.
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