lunes, 7 de julio de 2014

La vaca/barco

Al nacer la mañana, el sol brillaba y los pájaros cantaban.
Me despierta el estruendo de un rayo que cae cerca de mi casa. Miro al exterior, aturdida, y descubro que llueve como si llorara dios.
Con cada trueno, el aguacero se intensifica; el agua impactando con fuerza absurda en los botes de hojalata que navegan por el río que es mi calle.
El clima invita al enclaustramiento, pero una razón de fuerza mayor me arranca de mi cama. Debo llegar a la universidad como sea.
Protegida por un paraguas agujereado, salgo resignada a empaparme. Empujo al agua a La Vaca, que ahora hará sus veces de barco, levo el ancla y enciendo el motor con tres tirones certeros.
Me lanzo a la corriente por la que desfilan despacio otros botes e, ignorante de las dimensiones del turbión, me encamino por la ruta acostumbrada.
Después de algunas cuadras de navegación, me encuentro metida en calles tan ondas que recorrerlas se convierte en una travesía. Cambiar de ruta es apremiante, así que me meto por pasillos y callejones, avanzando despacio para no dar un paso en falso, tanteando la profundidad y buscando zonas altas.
La marea crece sin piedad con la lluvia infinita. Las otras embarcaciones pasan dejando estelas y batiendo el agua. Esta noche, todos tendremos el síndrome del marinero.
Las avenidas más transitadas están en estado crítico de inundación y las rotondas del Segundo Anillo se han convertido en pozas truculentas que atraparon a los más imprudentes. Tal es el caso del pequeño Tico rojo que, con el agua llegándole al techo, provoca un caos de ambulancias y camiones de bombero que no pueden ni acercarse por el congestionamiento.
Me desvié por el bien de La Vaca, que empieza a filtrar agua por las puertas, pero después de mucho navegar, me encuentro delante del trecho final.
Es una avenida larga y desierta, interrumpida solo por una camioneta varada en medio de la vía.
Me meto despacio y de pronto encuentro un descenso en la calle. Avanzo lento, casi rezando. A mi derecha observo el canal de desagüe, cuyas aguas son una con las de la avenida, de vereda a vereda.
La marea parda lame la proa, amenazando con llegar al parabrisas. La vaca jadea y tiembla de frío, pero galopa heroica hasta el final, hasta el ascenso milagroso que revela las losetas bajo el agua.
Al llegar a la universidad, saco el agua a baldazos del interior y arranco los barbechos enredados en la trompa.

Lo hiciste de nuevo Vaca, salvaste el día. 

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