sábado, 5 de septiembre de 2015

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Te dejo con la fuerza más grande de aquello que nos une, nos dirige y nos separa. Drenar, drenar, drenar.
El corazón es el músculo más fuerte, el más ejercitado. No solo lleva el ritmo de nuestro paso a paso; también soporta las terribles arritmias de la sorpresa, los acelerones del enamoramiento, los vacíos del pánico…
Si estamos vivos después de tanta historia es porque nuestro corazón tiene la fuerza para sacar adelante a nuestro desperdicio de cuerpo. O a nuestro cuerpo súper exigido o a nuestro cuerpo súper rendidor.
Hay tres fuerzas que componen nuestra vida: la animal, la humana y la divina. Las tres deberían ser equiláteras, pero nuestra animalidad le resta fuerza a nuestra humanidad y la divinidad vuela cual paloma en peligro de muerte.
Espero recordar todo esto, pero no tengo fe en mi memoria. Por eso escribo. Quizás no llegue a los lectores que quisiera ni conmueva el corazón de un alma necesitada de estas palabras. Quizás la tinta que gasto en este papel no llegue a tener mayor importancia, pero sé que mañana, o en unos meses o años, me agradeceré.
Mi pobre corazón vive enamorado: amo la felicidad del pasado, amo la euforia del presente, amo la incertidumbre del futuro. Amo leerme vieja y amo escribirme prematura. Amo que mis heces mentales sean recicladas en papel en vez de perderse en el éter de la consciencia.
Amo y compadezco a mi corazón amante que inventa fuerzas para apasionarse por tanta trivialidad. Y sobre todo, amo a una persona que mete zancadillas entre el sístole y el diástole, que me hace reír como imbécil y que tiene a mi cerebro generando dopamina día y noche.
Sufro los achaques del amor y soy la mujer más feliz del mundo.
Pobre mi corazón. Tanta jarana, tanta vivencia y tanto bailongo no se comparan en lo más mínimo a lo que este amor desprevenido le ha hecho.
Mis latidos se prolongan porque entre cada uno hay un beso, porque mi sangre te abraza y mi tiempo se detiene cuando te pienso.
No puedo estar más enamorada y me da vergüenza admitirlo, pero heme aquí, llenando páginas en tu nombre silencioso, nadie imaginando que pueda haber tanta dulzura entre dos especímenes así.
Te adoro con toda mi capacidad corporal, inevitable. Solo te amo y en cada parte siento que me arde la sangre. Y me duele y me encanta, tal como se debe sentir una flecha de esas que cupido lanza.

Mi ser se convierte en miel con solo pensarte. ¿Qué me hiciste? 

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