Existen momentos en la vida que dejan
una huella imborrable en la memoria de los sentidos, ya sea repudiable o
placentera, y en el caso de esta última, provocando unas ganas locas de volver
a despertar estos estímulos, acaso con algo de temor frente a la posibilidad de
una desilusión, pero con dicha al comprobar que la memoria no engaña y que esa
sensación gloriosa acompañará siempre a su fuente vital.
Si usted, querido lector, es amante del
sushi, comprenderá las ocho etapas que marcaron la memoria de mi paladar la
noche anterior y que ahora describo punto por punto, pieza por pieza.
*Cena para 2:
_5 piezas de niguiri de salmón,
_5 piezas de California Rolls (salmón)
_5 piezas de Miami Rolls (langostino).
Primero la entrada: un pequeño pocillo
con sopa de miso (de cortesía) con cubitos de tofu y hojas de col. Deliciosa
como una buena sopa de miso, pero con el plus de la amabilidad de la mesera que
pregunta si uno gusta, si uno desea, antes de aclarar con una sonrisa que la
casa invita.
Luego vemos a la misma amable mesera
acercarse con los palillos, la salsa soya, los recipientes para la salsa y por
último, los platos cargados del manjar. A partir de este instante, con el
banquete frente a uno, es que comienza el ritual del sushi:
_Momento 1: La preparación. Llenamos el platito de cerámica con salsa
soya, la mezclamos con una pequeña bolita de wasabi y le damos una probadita al
jengibre rosado que nos espera dentro de un cono de zanahoria. Sentimos toda su
gama de sabores: dulce, ácido, picante, amargo, delicioso, y proseguimos con la
selección mental de nuestro próximo objetivo.
_Momento 2: El bocado impulsivo.
Agarramos la pieza de sushi más cercana, en este caso un niguiri de salmón, la
remojamos en la salsa con cuidado para que no se deshaga y la devoramos sin
mucho saborear. Tarde nos arrepentimos de no haber saboreado más, pues
comprendemos que ha sido la pieza de niguiri más gloriosa que ha tocado nuestra
lengua en siglos.
_Momento 3: El arrepentimiento. Ese
momento en el que uno piensa, “¿por qué no pedimos más? Esto no me va a llenar
ni una muela”.
_Momento 4: La negociación fallida. Nos planteamos que
aún no es demasiado tarde, que todavía podemos llamar a la amable mesera y
pedirle dos o tres platos más, pero comprendemos que es imposible, que los
billetes no alcanzan y que esta es la cena, esfumándose como gas frente a
nuestras fauces.
_Momento 5: El ahorro. Empezamos a
comer los rollos de sushi más lento y en bocados más pequeños, llegando a
partirlos con los dientes hasta en tres, saboreando lentamente cada grano de
arroz, cada pedazo de langostino, cada semilla de sésamo, y rescatando los oleajes
de queso crema que se infiltran entre las encías.
_Momento 6: La llenura sugestiva. De
modo que hemos llegado a nuestra antepenúltima pieza de gloria y nuestro cuerpo
nos pide unas cien más, la mente toma las riendas de la situación y empieza a
mandar mensajes truculentos: respiramos más lento y con algo de dificultad,
como si tuviéramos comida hasta el borde del esófago; engañamos al estómago con
gaseosa para que se sienta hinchado, y tratamos de convencernos de que estuvo
delicioso y que fue una medida justa, o sea, que estamos satisfechos.
_Momento 7: Los planes macabros. Vemos
al chef salir a la calle por alguna razón desconocida para nuestros sentidos y
lo primero que pensamos es en secuestrarlo, atarlo, pasar por el Okinawa
(supermercado japonés) y encerrarlo en la cocina de la casa para que nos cocine
por el resto de su vida.
_Momento 8: La desolación. La última
pieza de niguiri de salmón se despedaza en nuestra lengua, extiende su sabor
refrescante y escarchado por toda nuestra cavidad bucal y se desplaza con una
estela de salsa soya por nuestra garganta hasta caer ligera al primer piso de
nuestro estómago. La idea de pedir más vuelve inmediatamente a nuestra mente,
pero comprendemos que ya se acabó la cena y que solo queda la resignación.
_La yapa: Vuelve la esperanza. Mi mamá recibe
la llamada de mi papá, quien le dice que está en camino al restaurant y que le
pida la cena (exactamente las mismas porciones). Vuelve entonces la alegría a
nuestros corazones: sabemos que podremos disfrutar de al menos tres piezas más
con la ceremonia, paciencia y gratitud de quien come un manjar de dioses.
Estoy convencida de que, con este grato
sabor en la memoria, volveré pronto y dispuesta a más. Si usted, querido
lector, quiere experimentar de primera mano los ocho (o más, muchos más)
momentos del sushi con la calidad que en esta reseña describo, dése una vuelta
por Sushi Manía, sobre el Segundo Anillo, diagonal al colegio La Salle, que no
se va a arrepentir.
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