Mi mente es como un tarro de café que
en lugar de tener granos molidos, está repleto de humo. Mi cabeza es un pantano
sombrío, anegado por la neblina de una época estéril, de un tiempo de pocas y
débiles luces que titilan y piden auxilio, como estrellitas en medio de la
humareda. Estas letras urgentes se escriben con tinta seca y estropeada, que es
lo que tenía a la mano para convertir en verbo y prosa la brisa que pasó de
repente y por un instante nada más, despejando el humo y permitiendo ver que en
el pantano aún crecen flores y en sus árboles aún se esconden las alimañas de
un tiempo más feliz en el que el sol reinaba sobre lo que ya no es manantial,
pues no se le puede llamar así a una extensión de agua sobre la que hay tanto
humo y tan poca vida.
Esta mano agonizante solo quería decir
que todavía puede, aunque le cueste.
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