viernes, 11 de mayo de 2012

Tantas cosas


El agua salada no deja de correr por lugares insólitos, pareciera que el mar se desbordó o una terrible explosión regó sus gotas por todos los confines del mundo. El alma del océano habita mis ojos, mis pestañas, se entrelaza con mis dedos y moja papeles, lápices y teclas. Salpica blancas pantallas, moja almohadas, convierte una camisa en un desastre de moco y lágrimas.
A falta de penas, me he prestado las ajenas, pues el motivo de mi llanto es la agonía de una familia que jamás existió, una familia que me mantiene sin pestañear por horas y me transporta a la época en que me hubiese gustado vivir, o de la cual me siento parte. Pero aun así, las lágrimas están, corren, inundan y no saben cómo detenerse.
La línea de tiempo llegó a su fin hace varios minutos, ese pequeño rombo plateado ya no cuenta los segundos que separan el final de un capítulo con el comienzo del otro, pero el mar sigue salpicando su sal por doquier.
A veces me ataca esa fatídica idea de que estoy atada, por escrituras del destino, a una persona presente en cada cuadro de mi vida. Y me aterra pensar que esa persona jamás va a aceptar tomar otro camino que no sea al lado mío. Y con tantas mujeres que lloran porque no encuentran a nadie para ellas, y con tantas mujeres que esperan a un hombre que las ame tanto como este me ha amado a mí… o al menos tanto como ha dicho hacerlo.
Lo cierto es que no se puede empezar de cero, ese sólo es un punto, se empieza con el primer paso, y en ese primer paso, está él.
Quisiera borrarme un tiempo, ser invisible, desaparecer. Deseo concedido. Toda la vida he sido invisible, basta con cerrar los ojos y la boca, y de pronto ya nadie se da cuenta de que estoy ahí. ¿Por qué justo ahora querría serlo? Ese súper poder es inherente a mí. Lo que en verdad quisiera es desaparecer para mis propios ojos, y por supuesto, para las inclementes pupilas del tiempo, que mientras más necesito que se apresuren, más insisten en alargar las horas y extender los segundos, desafiando las leyes de la física.
Quisiera dormirme un sueño letal, de esos tan largos que son capaces de matar de inanición, pero sin embargo no morir, sino despertar en el momento justo, flaca y hermosa, pero con una amnesia irreversible.
Quiero olvidarme de todo lo que conozco, y si eso significa perder mis amplios conocimientos, estaría encantada de acceder al sacrificio, todo sea por dejar limpia esa memoria tan atormentada que varias veces al día me hace dar respingos y gritar para mis adentros esas pequeñas palabras que esconden historias gigantes. Sólo con evocar una palabra, adquiero largas y tristes horas de remembranzas, descubro que se hizo de noche a las seis de la tarde y me doy cuenta de que perdí un día, pero aun faltan muchas horas para empezar otro nuevo.
Las noches en mi vida sólo llegan a ser dos cosas: salidas divertidas y emocionantes, mayormente musicales, o un vacío desesperante de horas eternas e insomnio. Ah, el insomnio, el monstruo que se oculta en la oscuridad. Entre mis miedos y el insomnio ha sucedido tal simbiosis, que de un tiempo a esta parte no sabría decir si tengo insomnio por mi incurable miedo al miedo, o si tengo miedo porque sé que esta noche lo más seguro es que vaya a tener insomnio.
Estas son sólo unas pequeñas palabras desesperadas, de esas que salen porque los dedos obligan y porque la necesidad puede más que la voluntad. Ahora mismo estoy ignorando a un amigo que se acordó de mí después de muchas semanas, pobre, no se ha dado cuenta de que es inoportuno. No sabe que, justo en este momento, estoy teniendo una sincera y llorosa conversación con el amor de mi vida, dictándole estas palabras para que las dibuje en frente de mis ojos. No tiene idea de que interrumpe este suceso retrasado por tantos días y que requería de una tarde tan deprimente para ser posible.
No conoce al fantasma escritor, ese que me escucha en el silencio y se manifiesta con letras, ese que toma el ovillo de lana y me ayuda a estirar el hilo sin causar otro enredo. Mi amado fantasma es el virtuoso que mete los sentimientos en su bolsa y compone versos y prosas con ellos. A veces juega con la guitarra, a veces con los colores, incluso a veces se hace el del nuevo milenio y se apodera de mis programas de computadora. Él es el dueño de mi mejor talento.
Quisiera dormirme un sueño gigante con el fantasma escritor, para que al despertar, flaca y hermosa, él escriba todo lo que yo ya olvidé.

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