El agua salada no deja de correr por lugares insólitos, pareciera que
el mar se desbordó o una terrible explosión regó sus gotas por todos los
confines del mundo. El alma del océano habita mis ojos, mis pestañas, se
entrelaza con mis dedos y moja papeles, lápices y teclas. Salpica blancas
pantallas, moja almohadas, convierte una camisa en un desastre de moco y
lágrimas.
A falta de penas, me he prestado las ajenas, pues el motivo de mi
llanto es la agonía de una familia que jamás existió, una familia que me
mantiene sin pestañear por horas y me transporta a la época en que me hubiese
gustado vivir, o de la cual me siento parte. Pero aun así, las lágrimas están,
corren, inundan y no saben cómo detenerse.
La línea de tiempo llegó a su fin hace varios minutos, ese pequeño
rombo plateado ya no cuenta los segundos que separan el final de un capítulo
con el comienzo del otro, pero el mar sigue salpicando su sal por doquier.
A veces me ataca esa fatídica idea de que estoy atada, por escrituras
del destino, a una persona presente en cada cuadro de mi vida. Y me aterra
pensar que esa persona jamás va a aceptar tomar otro camino que no sea al lado
mío. Y con tantas mujeres que lloran porque no encuentran a nadie para ellas, y
con tantas mujeres que esperan a un hombre que las ame tanto como este me ha
amado a mí… o al menos tanto como ha dicho hacerlo.
Lo cierto es que no se puede empezar de cero, ese sólo es un punto, se
empieza con el primer paso, y en ese primer paso, está él.
Quisiera borrarme un tiempo, ser invisible, desaparecer. Deseo
concedido. Toda la vida he sido invisible, basta con cerrar los ojos y la boca,
y de pronto ya nadie se da cuenta de que estoy ahí. ¿Por qué justo ahora
querría serlo? Ese súper poder es inherente a mí. Lo que en verdad quisiera es desaparecer
para mis propios ojos, y por supuesto, para las inclementes pupilas del tiempo,
que mientras más necesito que se apresuren, más insisten en alargar las horas y
extender los segundos, desafiando las leyes de la física.
Quisiera dormirme un sueño letal, de esos tan largos que son capaces de
matar de inanición, pero sin embargo no morir, sino despertar en el momento
justo, flaca y hermosa, pero con una amnesia irreversible.
Quiero olvidarme de todo lo que conozco, y si eso significa perder mis
amplios conocimientos, estaría encantada de acceder al sacrificio, todo sea por
dejar limpia esa memoria tan atormentada que varias veces al día me hace dar
respingos y gritar para mis adentros esas pequeñas palabras que esconden
historias gigantes. Sólo con evocar una palabra, adquiero largas y tristes
horas de remembranzas, descubro que se hizo de noche a las seis de la tarde y
me doy cuenta de que perdí un día, pero aun faltan muchas horas para empezar
otro nuevo.
Las noches en mi vida sólo llegan a ser dos cosas: salidas divertidas y
emocionantes, mayormente musicales, o un vacío desesperante de horas eternas e
insomnio. Ah, el insomnio, el monstruo que se oculta en la oscuridad. Entre mis
miedos y el insomnio ha sucedido tal simbiosis, que de un tiempo a esta parte
no sabría decir si tengo insomnio por mi incurable miedo al miedo, o si tengo
miedo porque sé que esta noche lo más seguro es que vaya a tener insomnio.
Estas son sólo unas pequeñas palabras desesperadas, de esas que salen
porque los dedos obligan y porque la necesidad puede más que la voluntad. Ahora
mismo estoy ignorando a un amigo que se acordó de mí después de muchas semanas,
pobre, no se ha dado cuenta de que es inoportuno. No sabe que, justo en este
momento, estoy teniendo una sincera y llorosa conversación con el amor de mi
vida, dictándole estas palabras para que las dibuje en frente de mis ojos. No
tiene idea de que interrumpe este suceso retrasado por tantos días y que
requería de una tarde tan deprimente para ser posible.
No conoce al fantasma escritor, ese que me escucha en el silencio y se
manifiesta con letras, ese que toma el ovillo de lana y me ayuda a estirar el
hilo sin causar otro enredo. Mi amado fantasma es el virtuoso que mete los
sentimientos en su bolsa y compone versos y prosas con ellos. A veces juega con
la guitarra, a veces con los colores, incluso a veces se hace el del nuevo
milenio y se apodera de mis programas de computadora. Él es el dueño de mi
mejor talento.
Quisiera dormirme un sueño gigante con el fantasma escritor, para que
al despertar, flaca y hermosa, él escriba todo lo que yo ya olvidé.
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