viernes, 18 de agosto de 2017

Éramos Tan Felices, de Mattias Tello (reseña)

Éramos tan felices, murmuraba don Alejo, dando vueltas y vueltas. Lo conocí doce páginas atrás, cuando era solo un niño con los zapatos sin lustrar que se preguntaba qué había detrás de la máscara de soldar. Vería a su padre y sus tíos aplicar calor al hierro hasta que este brillase de una manera tan hermosa como sus brazos, quince páginas después, despedazándose seniles sobre la arena de la costa.
Éramos Tan Felices, de Mattias Tello, es la historia de Alejo, de niño a ceniza; de las generaciones que le precedieron en el taller de soldado hasta las generaciones que le sucederían, también tras la máscara de soldar, permitiendo a la vida fundir grietas en sus rostros.
Y solo dura diecinueve páginas. Nueve poemas que son el alma de este viejo con nietos, dueño de un mundo que no quiere conocer. Lo leí una noche, lo volví a leer y lo leería diecinueve veces más. Conocí a Alejo en la brevedad de estas poesías y su vida entera acabó por desgranarse como azúcar entre mis manos, como arena o nieve. 
Mattias Tello nos presenta a un personaje tan querido y profundo que no puedo más que imaginarme reales las pasiones de don Alejo. Y causa un escalofrío verlo ahí, retratado tan simple, sosteniendo la última villa de su cigarrillo en la tapa del libro. Hasta parece que va a hablar y contarme de las mujeres que vio pasar y los malos chistes en la cuneta. Y resulta que la vida de don Alejo culmina cuando se cumple su deseo de morir ahogado en el mar, sepa él, o no, que se trata de un mar de neumáticos.
Solo queda un consuelo, un último testamento: el nieto prodigioso que recuerda ser dueño de un mundo que sí quiere conocer, y conoce la nieve y los bosques; conoce el canto de la cigarra, que no es más que el sonido del metal fundiéndose. Todo esto en diecinueve páginas.

Felicito por esta hermosa obra a Mattias, quien logró darle vida a un libro y, en ese libro, a vidas de vidas más. Merece ser leído diecinueve veces y cuantas más le plazcan. 

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