viernes, 8 de enero de 2016

Mancha negra, negra, roja

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Qué frío de cuerno, pensaba Lucía, ojalá el invierno artificial termine de una vez. Llevaba siglos tratando de sacarse la marca de Caín que tenía en la uña del anular izquierdo, mismo dedo que portaba su anillo de compromiso. 
 La sala de espera parecía una pasarela de perdidos, de tránsito lento y desordenado. Ella, sentada allí, era como un fantasma. Las personas llegaban, hablaban con la recepcionista pelirroja y luego se adentraban en el laberinto de pasillos, del cual saldrían más verdosos y desorientados que nunca.
Cuando Lucía llegó a la sala de espera, se acercó muy serena al escritorio de la mujer que cortaba cebollas sin llorar y le pidió cita con un cirujano, urgente, para que le ampute la punta de su anular maldito.
Quienes la depositaron ahí fueron sus padres en un arrebato de pánico, después de oír a la hija decir que quería cortarse el dedo por la marca de su uña.  
La recepcionista levantó la cabeza con desidia y posó sus ojos de grandes párpados sobre la pálida muchacha, pero sus manos no dejaron de picar. Siéntese y espere, le dijo, en seguida llamo al doctor.
Y así se pasó sentada cinco días, sin moverse, dormir, comer o beber. Su única ocupación fue sacarse la mancha negra que había dejado el esmalte. Se embebió tanto en su labor que se olvidó de su existencia, volviéndose invisible para sus propios ojos.
Al pasar los días, Lucía se cansó de raspar con sus uñas y arremató contra la marca con los dientes, con una brutalidad tal que de su dedo corrió sangre y esta le provocó un apetito voraz, incontenible, irremediable.
Hubiera sido espantoso para cualquiera que le viera la sangre derramarse por su quijada y los dientes teñirse de rojo, pero nadie la veía. Ella no estaba allí.
Cuando terminó de ejecutar su rudimentaria cirugía, cayó en cuenta de lo sucedido y, sonriente, se acercó con su medio dedo sangrante en alto a la recepcionista. Ya no necesito al doctor. Me voy.
La pelirroja sonrió por primera vez. Espere, dijo, aquí tiene hilo y aguja para su dedo. Felicidades y que le vaya muy bien.  

Lucía le devolvió la sonrisa y se tomó un minuto para suturarse el muñón del dedo antes de salir del hospital psiquiátrico, contenta de haber resuelto el problema, pero sin descubrir, ni entonces ni jamás, que lo único que tenía que hacer era sacarse el anillo de compromiso. 

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