jueves, 8 de enero de 2015

Diálogos con mi mente

Como todo lo que existe, estamos hechos de círculos, de circuitos. Cada hecho es causa y efecto de una acción que a su vez es causa y efecto del hecho. Cumplimos ciclos. Nacemos, crecemos, nos reproducimos (en épocas de vacas gordas) y morimos seis veces al día.

En cada paso hay un inicio, un nudo y un desenlace, y con los ciclos, los lunares por ejemplo, baila la marea de nuestro espíritu.

Hace mucho no escribía, o al menos a mí me parece mucho. No agarraba un mango desde el ciclo pasado, y también desde el año pasado. Más por falta de tiempo y exceso de distracciones, aunque debo admitir que a mi cuaderno le hace falta la clase de Dunia, escenario neonatal de tantos escritos, observaciones y burlas.

Diálogos con mi mente… cuánta falta hacen.

Admito que tuve un tiempo para ser caballo. Los meses finales del 2014 fueron work hard and party harder, y diciembre fue un continuo e infinito dejar las cosas para el próximo año.

Lo empecé a sentir apenas me subí al avión de ida. Una vocecita aguda e hinchapelotas dentro de mis tímpanos tomó lápiz, papel y tablero de regenta de colegio, y empezó a tomar nota de todos los deberes pendientes.

Intenté mantenerme lo más distraída y presente que pude durante el viaje, pero no pude evitar los momentos en que, aburrida, la vocecita se desataba enumerando “quereceres” y jugando con la nostalgia, pescando chatarra emocional en el río de la memoria.

El viaje ya acabó, pero las vacaciones se estacionaron y se reúsan a permitirnos el movimiento, por lo que la vocecita se ha intensificado con reproches, teniendo a la culpa de mejor aliada.

Hace tiempo que ya no soy caballo, lo siento, no solo por los tres textos musicales de la otra noche, sino porque mi mente no para ni un instante de hablar.

Siento que en cualquier momento me van a salir subtítulos. Si mi vocecita tuviera internet, publicaría una entrada en mi blog al día!

Sobre este papel clamo: oh! Letras, cuán necesarias son. Si me fuera lejos y no tuviera nada, seguiría escribiendo. Por eso me encanta. Es uno de los pocos oficios que se puede practicar bajo casi cualquier condición y con un presupuesto mínimo, a la vez de ser una de las más precisas para retratar el presente de todos los sentidos.

Me pica el brazo izquierdo porque me picó un malnacido mosquito.

A lo lejos se escuchan los alaridos desafinados de unos borrachitos en el karaoke y una trompeta desencaja en la soledad de la calle.

Huele a noche y a cabello limpio.

Me duele la muñeca izquierda sobre la que tengo apoyada la cabeza, al igual que la mano derecha que tensa manipula el mango.

Y veo mi cuarto. Me gusta mucho mirar las vigas en el techo, la tela verde de la lámpara hecha a mano, el boceto de mi árbol en la pared igualmente verde. El cuadro del corazón de Jesús ultra pixelado es hasta ahora una grata sorpresa junto a mi cama y el almanaque de San Roque (sin San Roque) me ayuda a creer que ya es 2015 y que los días pasan, pasan aunque no lleguen a ningún lado.

Silencio. Por fin. La transferencia se ha completado con éxito. Las páginas grabadas con tinta azul y la mente en blanco.


Este fue un diálogo más fresco y necesario que una limonada de jengibre en cualquier día de verano. 

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