miércoles, 7 de mayo de 2014

Días y flores


Y la rabia invade mi cuerpo. Siento cómo cada recuerdo corre por mis venas y va tensando mis músculos. Llena de adrenalina, soy más fuerte y más grande.
Mi energía fluye como un caudal y se concentra en mi puño. Ingresa el aire a mi centro y desde ahí se reparte a todas las fibras de mi cuerpo. Levanto el brazo y le acierto el primer golpe.
La liberación de ira es demasiado placentera. Sigo golpeándolo, cada vez más rápido y más fuerte. Él intenta incorporarse, pero hace un mal movimiento y termina con el cuello preso de mi brazo. Aprovecho su cabeza para sembrarla de coscorrones y sigo golpeándolo.
Golpeo con toda mi fuerza, entre carcajadas, cada vez más cargada de energía.
Me detengo. La sensación es de placer absoluto. Mi mente está en el sublime vacío y mis poros destilan serotonina. Mis músculos están calientes como un motor después de trabajar. Las venas llenas de oxígeno, el plexo solar cargado como un cristal. Nunca había experimentado tal liberación.
Respiro agitada pero no estoy cansada, así que vuelvo a cargar mi puño derecho y lo golpeo, y lo golpeo más y más rápido. Golpes más certeros, firmes, con ritmo.
La ira se vuelve a colar entre los golpes, que ahora son bofetadas, una tras otra, con la punta de los dedos como si fueran una suela de goma.
Siento que la energía flaquea, así que, atenta al gran final, levanto el brazo, alineo mi puño con el sol y cual martillo de Thor que recibe el poder del rayo que desciende de los cielos, con todo el brío de mi alma, descargo mi furia en la boca de su estómago.
Después de semejante desahogo, no puedo más que darme por satisfecha. 
Afuera, el mundo es un poquito más lindo.

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