domingo, 24 de noviembre de 2013

El viaje al sur, por tierra y sin fin

Ana decidió matarse.
Lo tenía decidido pero sabía en el fondo de sí que no era capaz; no solo le faltaba valor, sino también motivación.
Ana estaba cansada de su soledad, de su trabajo que le exigía ir en contra de sus principios e ideales para que otros se hagan ricos, de las amigas de colegio que decían siempre pero estaban nunca, de su soltería eterna, cundida de cabrones y bastardos, en fin, Ana estaba cansada, pero no lo suficiente como para ponerse la soga al cuello.
A modo de tomarse unas vacaciones del mundo y morirse a la vez, sin la presión del suicidio y mirando de frente a la incertidumbre, Ana decidió emprender un viaje por tierra y sin fin, culminando, según el cronograma en blanco, en la muerte espontánea de nuestra protagonista.
Un día de junio, después de escribir una carta exhaustiva a sus padres y otra al amor de su vida que nunca llegó, se subió a su camioneta modelo ’86 –sin aire acondicionado, con casetera y con posibilidades de rebelarse y dejar de andar en cualquier momento- y emprendió camino al sur, cargando solo con su guitarra, un par de cuadernos y lapiceros, ropa para una semana y los ahorros de toda su vida, que no eran tantos como pudiera pensarse.
Lo que fue de Ana en su viaje suicida aún no lo sabremos, pues en este momento, ella acaba de tomar la decisión de matarse, y de modo que un viaje es un coctel de sorpresas y azares, el desenlace de nuestra heroína queda en incógnita para ser descifrado por el estado de ánimo de cada uno de los lectores.  

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