Pasados treinta años
de su última visita, Silvio Rodríguez Domínguez vuelve a Bolivia para
regalarnos sus más hermosas canciones en un show de dos horas y media para
emocionarse hasta las lágrimas.
Sucedió el 15 de abril
en el estadio Tahuichi Aguilera, ciudad de Santa Cruz, para suerte de los
anfitriones, pues la altura de la ciudad de La Paz obligó al cantautor cubano a
presentarse en los llanos que lo recibieron con días perfectos.
Después de hacer cola
bajo la lluvia por horas para conseguir credenciales para toda la familia,
formar todo el día fuera del estadio bajo el sol radiante y defender puestos
para los ausentes en las graderías, fuimos por fin partícipes del hecho
anoticiado hacía más de un mes y aún increíble para todos.
El dúo Negro y Blanco
dio inicio al espectáculo con un repertorio corto pero encantador de odas a
Bolivia, la cultura y la música, mezclando folklore con trova y conquistando a
las casi quince mil personas que los presenciaban.
Durante su penúltima
canción, una vagoneta entró por un costado de la cancha escoltada por varios
miembros de la policía militar, de la cual bajaron el presidente Evo Morales y
el vicepresidente Álvaro García Linera. Ahora sí el concierto podía dar arranque.
No pasaron cinco
minutos de la salida del dúo cuando se pudo distinguir en la oscuridad del
escenario a tres de los músicos que acompañan a Silvio en todas sus giras desde
los últimos años: César Bacaró en el bajo, Rachid López en la guitarra clásica
y Maikel Elizarde en el tres, quienes interpretaron una melodía con tintes
barrocos.
Al finalizar, Niruka
Gonzáles (flauta traversa y clarinete) y Oliver Valdés (batería) se unieron al
Trío Trovarroco para dar pie a la canción Segunda Cita, a la cual se integró
Silvio entre un mar de ovaciones, aplausos y silbidos: el sueño se estaba
volviendo realidad y aún así no era creíble.
“Estoy muy contento de
estar de nuevo aquí con ustedes después de tantos años, pero con mucho cariño, de veras que sí”, fueron
sus palabras antes de comenzar Días y Flores con el punteo radiante del tres
acompañado por la guitarra.
A ella le siguieron
canciones de sus últimos discos, como Virgen de Occidente, canción que aún no
ha sido lanzada, y San Petersburgo, la cual, tal como el cubano narró, nació
gracias a un encuentro que tuvo con Gabriel García Márquez en un avión
curiosamente vacío que iba de cuba al Caribe mexicano; el escritor le contó de
una historia que se le había ocurrido para ser canción sobre una novia que fue
plantada en el altar y Silvio Rodríguez la hizo realidad.
Luego comenzó un
salteado de sus canciones más populares con las más recientes, intercalándose Canción
Del Elegido, Carta a Violeta Parra, El Mayor, Cita Con Ángeles, Quién fuera,
acompañada a todo pulmón por el público, El Escaramujo, La Maza, Sinuhé,
Mujeres, El Necio, especialmente dedicada al Presidente, De La Ausencia Y De
Ti, Velia, y Ojalá, con la cual pretendía cerrar.
No se hizo de rogar
ante las ovaciones y, apenas se hubo levantado para irse, todos se volvieron a
sentar para continuar con Unicornio, Mariposas, Sueño Con Serpientes, En El
Claro De La Luna y La Era.
Una vez más, Silvio y
su grupo se levantaron, se despidieron con una venia, él se aproximó al borde
del escenario para sacar fotos y, ahora sí, desapareció tras el telón lateral.
Minutos después volvió
solo con su guitarra, la afinó una vez más y nos regaló en solitario Te Doy Una
Canción y La Gota De Rocío, a la cual luego se unió Rachid López con unos
armónicos de guitarra enternecedores.
La despedida se
repitió y la gente empezó a perder las esperanzas, varios abandonaron el
estadio y el Presidente salió de la misma forma en que entró, pero Silvio
apareció una vez más, con toda la banda, para tocar Pequeña Serenata Diurna, ahora
sí la última pieza de la noche.
El público siguió
ovacionando y pidiendo más, pero fue rápidamente acallado por un tropel de
fuegos artificiales que danzaron hermosos en el cielo por ocho minutos para
cerrar el espectáculo más emocionante de la vida de muchos espectadores que
llegaron de todos los confines del país sólo para verlo a él, el auténtico
poeta de América, el necio, el sabio como un árbol, único como solo pudo ser
Silvio Rodríguez.
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