Así como en la Inglaterra de los 60s
existió el Pimball Wizard, en los tiempos modernos de nuestra patria existe el
Cagón del Cacho.
El curioso personaje urbano es petiso,
melenudo y auténticamente gaucho. Adora divertirse, tiene treinta años y la
vida es un vaso de leche con el que lava los pequeños dientes que componen su
sonrisa fanfarrona.
Empieza la partida con aires de
principiante, pero su fe en el juego se hace visible tras sus primeras exitosas
jugadas.
Todos sus tiros son buenos y a medida que
avanza la partida, se agudiza su espíritu de competidor empedernido.
El sujeto de treinta años quedó en el
pasado; en su lugar, un chiquillo mimado no deja de lanzar burlas y gestos con
cada buen tiro.
Su rival, fastidiada con la pedantería
del Cagón del Cacho, apuesta el alma en el juego y empieza a disparar toda su
artillería de demonios. Armada de cuernos y maldiciones, y con el apoyo del
afortunado compañero, la rival intenta apaciguar el ego del Cagón, pero apenas
logra ganar dos de cuatro partidas.
Al final, la propia inmadurez del
susodicho es aplicada como antídoto. Los rivales le restan total atención a sus
jugadas, culminando con una velada aburrida y tediosa.
El Cagón del Cacho es así: se aposenta en
un boliche, pide un cacho y se pierde. Luego de jugar contra él, podemos estar
convencidos de que todas las caricaturas insoportables están basadas en un
personaje como este, de la vida real.
¡Yo gané y ustedes no!
Si la magia existe, transformó a un hombre de
treinta en un cagón salteño de cinco, espantosamente competitivo,
apasionadamente cachero.
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