viernes, 13 de abril de 2012

Hijos del amor


Yo tenía dos nombres, Tomás y Olivia.
Olivia me acompañó desde siempre: era mi canción de cuna favorita, mi compañera de viajes, mi fantasía de la chica que caminaba en soledad hacia el precipicio, la transformación de la imaginación concreta de una niña a la razón abstracta de una mujer.  
Tomás, en cambio, llegó cuando empezaba mi adolescencia, cuando sacaba del suelo mis raíces para encontrarme a mí misma. Tomás llegó justo en la época en que ya no soportaba a Olivia. Él es un agente de cambio, un muchachito inquieto que encontró la felicidad y quiere someternos a los caminos de la amargura para encontrarla de la misma manera; es indomable.
Me dijeron que escuchara a Tomás a la luz de una vela para ver mi futuro, que escuchara todas sus palabras, aunque fuera mudo, y que disfrutara de la sinfonía que creó siendo sordo.  Tomás habría de mostrarme el camino que él mismo no podía ver a causa de su ceguera, y así fue.
Me obsesioné con Tomás por un tiempo, hasta el punto en que no podía vivir sin escucharlo. Me dejó claro que la música y las letras construían los senderos de mi vida, pero al no encontrar la forma de caminarlos, lo olvidé a él y a su revelación.
Cuando Tomás volvió a ser un nombre y dejó de ser un amor, Olivia volvió para llenar su vacío y explicar sus palabras. Olivia se convirtió en mi ópera prima, mi pequeña obra maestra, mi mamarracho hecho con orgullo y amor. Olivia era la mujer más hermosa, buena y noble del mundo, la que me llenaba la cabeza todo el día, por la cual me fatigaba, con la cual soñaba.
Su papá y sus tíos se enamoraron de ella apenas la conocieron, nadie podía negar que era una criatura encantadora. Su historia fue escrita con música en cada capítulo, su día a día le quitó el aliento a los interesados y su dolor conmovió a más de un extraño, pero resultó que el tren en que viajó en realidad nunca existió, la historia se hizo imposible y Olivia volvió a las sombras.
Hubieron nuevos nombres vestidos con nuevas historias, pero en cada una de ellas, tuve soportar la tentación de meter a Olivia y convertirla de nuevo en heroína, y es que no importa sobre qué escriba ni qué nombre lleve la muchacha más hermosa y solitaria del cuento, Olivia siempre será todas ellas; y no importa cuánto me olvide, en qué ocupe mi tiempo o cuánto me aleje el tiempo de mi vocación, el destino de música y letras que cantó Tomás es el que ya estoy caminando y no va a cambiar.
Algún día voy a tener hijos que llenen aquellos nombres, y los amaré tanto como los amo ahora, pues antes de ser hijos de carne y hueso, son hijos de tinta, papel y melodía, pero al fin y al cabo, hijos del amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario